El objetivo de los primeros humanos era sobrevivir, es decir, sacar adelante a la especie. Lo que los impulsaba era el instinto animal: comer, beber, dormir y procrear, en detrimento de los otros.
Cuando nuestros antepasados comenzaron a reunirse en tribus y luego en aldeas, esta forma de vida dejó de funcionar. Ya no robaban la comida y las mujeres a sus camaradas.
Para que la comunidad se desarrollara, cada individuo debía trabajar de la mejor manera posible. Los nuevos incentivos pasaron a ser la obtención de recompensas evitando el castigo, según un modelo que hoy llamamos "el palo y la zanahoria".
El cambio de motivación siguió evolucionando con el hombre de una forma a veces menos perceptible. Desde el siglo pasado, a medida que la estructura económica se volvía más compleja, traía consigo la demanda de servicios cada vez más difíciles de prestar y, en consecuencia, el botón que debíamos pulsar para motivar a las personas también sufría cambios. Profesores e investigadores como Abraham Maslow, Douglas McGregor y Frederick Herzberg intentaron identificar la forma más eficaz de impulsar a las nuevas generaciones a mejorar. Las empresas retomaron sus investigaciones y comenzaron a aplicar sus resultados, por lo que un mayor reconocimiento, una mayor autonomía y oportunidades de crecimiento se convirtieron en los nuevos pilares de la gestión de personal de una empresa. Podríamos hablar de un modelo motivacional 2.1.
Sin embargo, cualquier paradigma tiene fecha de caducidad, por lo que también para este último modelo ha llegado el momento de una nueva actualización.