Cuando nos interrogamos sobre el origen de las buenas ideas es una creencia común pensar que todo nace a partir de un solo momento “Eureka”. En realidad los momentos Eureka son un falso mito: casi nunca las ideas nacen solas y repentinamente, pero todos los descubrimientos son una reconfiguración creativa de los conceptos preexistentes. Existen algunos esquemas recurrentes comunes que son la base de todos los descubrimientos y de las grandes ideas en cualquier campo: estamos hablando de los siete modelos de la innovación. El primer modelo es el “posible adyacente”, expresión acuñada por el científico estadounidense Stuart Kauffman para explicar la innovación biológica, pero también puede utilizarse para las ideas. El posible adyacente nos dice que lo que hoy es factible está definido por las combinaciones de eventos y actividades que han tenido lugar en el pasado, por las innovaciones preexistentes. Este modelo hace referencia al concepto de avance incremental y es la forma dominante de innovación. De hecho, pocas innovaciones ocurren como grandes revoluciones, sino que casi siempre es la suma de tantos pequeños pasos juntos lo que permite que cada avance pueda crear una nueva zona de posibilidades. Esto es válido ya sea para las innovaciones tecnológicas que para la evolución natural. Pensemos en el origen de la vida en la Tierra hace cuatro mil millones de años: al inicio solo habían átomos de carbono que podían conectarse con los demás átomos para construir cadenas moleculares complejas. Estas conexiones consintieron que nuevas estructuras pudieran surgir, como las proteínas, que continuaron al combinarse hasta formar las células de los primeros organismos vivos y luego de los seres más complejos. Cada paso del recorrido abrió la puerta a nuevas combinaciones, dando lugar al reino de las posibilidades. De igual modo que hizo el carbono con la vida en la Tierra, las conexiones facilitan las ideas y por lo tanto la innovación. Tomemos como ejemplo la invención de la incubadora: en los años 70 del siglo XIX un médico francés, Stephane Tarnier, vio las incubadoras para pollos en el zoo de París y se inspiró en ellas —con la ayuda del criador del zoo— para desarrollar una máquina que pudiese calentar a los recién nacidos prematuros en su hospital. La incubadora tuvo un gran impacto e hizo que las muertes de los recién nacidos prematuros se redujeran a la mitad. Otros hospitales de la misma época ya utilizaban dispositivos para mantener calientes a los niños, pero los resultados excepcionales de la incubadora de Tarnier impulsaron la instalación del dispositivo en todos los departamentos de maternidad de París. Para dar un ejemplo más reciente del modelo del posible adyacente pensemos en el hecho de que empresas como YouTube o Uber no podrían haberse creado hace 50 años cuando aún no existían las computadoras, las conexiones digitales rápidas y los sistemas de pago online. Las innovaciones tienden a verificarse en los límites del posible adyacente, en la esfera de las opciones de hechos y conocimientos disponibles en un momento dado. Los progresos más allá del posible adyacente son raros y están destinados al fracaso a corto plazo si el ambiente aún no está preparado.