“Amar demasiado” significa poner a alguien primero, hasta el punto de sacrificarnos por completo y olvidarnos de nosotros mismos hasta desaparecer, para dejarle más espacio a la otra persona. Cuando hablamos solo de esa persona y tratamos por todos los medios de solucionar sus problemas, amamos demasiado. Cuando suplicamos gestos de cariño que nunca recibimos, amamos demasiado. Cuando esperamos poder cambiar a alguien solo a través de nuestro amor, amamos demasiado.
La lista podría seguir, pero básicamente, el concepto subyacente es que amar demasiado se confunde con el amor verdadero, lo que nos arrastra a un vórtice del que es difícil salir por cuenta propia.
¿Por qué para algunas personas es tan difícil dar este paso y liberarse de todo el sufrimiento que sienten? La respuesta es que estas personas solo conocen el amor en esa forma retorcida. No saben lo que es el verdadero amor, el que consta de gestos cariñosos, atención e interés, porque nunca nadie se lo ha demostrado. Inconscientemente, se convencen a sí mismos de que, si sus padres no los amaron, nadie más podrá hacerlo, y con este pensamiento crean vacíos emocionales insalvables y van en busca de alguien que pueda llenarlos. De esta forma, el amor se convierte en una droga, y su búsqueda en una obsesión desesperada. Palabras que dan miedo, como algunas veces tenemos miedo de estar solos, de no ser dignos del cariño de los demás o de ser ignorados y abandonados.
La autora se define a sí misma como una mujer que amó demasiado, pero también como una mujer que pudo curarse, y se acercó a este fenómeno gracias a los años que dedicó a la asistencia y recuperación de drogadictos y alcohólicos; también investigó sus lazos familiares y conyugales. Robin Norwood vio que, en la gran mayoría de los casos, las compañeras de estas personas habían vivido en familias muy perturbadas, con altísimos niveles de sufrimiento y estrés. Perpetuaban patrones de conducta erróneos y poco saludables, y finalmente se encontraban en un círculo vicioso del que ya no podían salir, con mucha angustia, miedos e incertidumbres. Sentimientos con los que siempre habían convivido y que mantenían uniéndose a otras personas que, al igual que ellas, sufrían sin poder admitirlo y afrontarlo.
En su libro, la autora se dirige principalmente a las mujeres, ya que, por razones biológicas y culturales, este malestar es predominantemente femenino, pero esto no implica que los hombres estén al margen de este tipo de situaciones. A pesar de ello, en promedio, los hombres que las padecen tienden a aliviar su dolor más fácilmente enfocando sus energías en el trabajo, el deporte u otras aficiones y actividades, que tienen que ver más con objetivos externos que internos de la persona, lo que les lleva a sentirse mejor y a no quedar atrapados en la espiral destructiva que potencialmente se puede activar.