El blanco siempre ha evocado riqueza y poder. Una persona con bata blanca parece que dijera “no necesito viajar en transporte público”. El blanco es un no-color que existe porque refleja todo el espectro de lo que es visible, y debido a su conexión con la luz, está profundamente arraigado en la psique humana, y al igual que todo lo relacionado con lo divino, puede causar asombro y terror a la vez. En China, es el color de la muerte y el luto, pero en Japón y el Occidente las novias lo usan antes del matrimonio como símbolo de pureza sexual. Para la religión católica, tiene muchos significados. En particular, el Espíritu Santo suele ser representado descendiendo sobre la humanidad como una paloma blanca rodeada de una luz dorada tenue.
Producir el blanco no es fácil. Durante muchos siglos en el arte se utilizó el blanco de plomo o carbonato de plomo, con una estructura molecular cristalina. Plinio el Viejo describió el proceso de elaboración en el siglo I, el cual se utilizó durante mucho tiempo, a pesar de que era altamente tóxico. En el siglo XVIII, el gobierno francés contrató al químico Guyton de Morveau para que encontrara una alternativa más segura, y en 1782 informó que un técnico de laboratorio llamado Courtois estaba sintetizando un blanco llamado óxido de zinc en la Academia de Dijon. El óxido de zinc no era tóxico y era menos opaco, pero se secaba lentamente y además costaba cuatro veces más que el blanco de plomo. También era frágil y en su superficie se formaban finas grietas. Winsor & Newton lo introdujo como pigmento para acuarela en 1834 bajo el nombre de blanco de china para que pareciera exótico, pero tampoco tuvo éxito. Para ver el ocaso del blanco de plomo, tendremos que llegar al blanco de titanio, que comenzó a producirse a escala industrial a partir de 1916 y para el final de la Segunda Guerra Mundial ya había conquistado el 80 % del mercado.
Mantequilla, hielo o blanquecino son solo algunos de los tonos del blanco, pero sin duda el que tiene una historia más curiosa es el blanco isabelino, un tono amarillento que existe en la naturaleza. Es una variación del pelaje del caballo bayo debido a la presencia del gen color crema que diluye el pigmento rojo. En 1601 el archiduque Alberto VII, esposo de Isabel de Austria, inició el sitio de Ostende. Según la leyenda, Isabel juró que no cambiaría su ropa interior hasta que su marido regresara victorioso, porque creía que el asedio duraría poco. Tres años después, cuando por fin terminó el asedio, la ropa interior que llevaba la reina se había vuelto de color isabelino.