Elizabeth Gilbert define “vida creativa” como una vida vivida con curiosidad y sin dar espacio al miedo. No significa tener una vida profesional relacionada con el arte o dedicarse con cuerpo y alma a la experiencia artística. Es un concepto más genérico, un modo de vivir basado en la libertad de expresar los propios tesoros ocultos que, de hecho, todos tenemos en nuestro interior. La diferencia entre vivir una vida ordinaria y una creativa es precisamente tener el valor de salir a buscar estos tesoros. Pero tener valor no significa no tener miedo —de lo contrario seríamos unos inconscientes— sino afrontar con conocimiento de causa algo que nos da miedo.
El miedo de vivir una vida creativa puede manifestarse de muchas maneras diferentes. por ejemplo podemos tener miedo de no tener un talento, o de tener expectativas ridículas o incluso de que alguien nos robe la idea —y por ello pensamos que es mejor ocultarla. También podemos tener miedo de que no nos tomen en serio, o de ser demasiado viejos para empezar —o demasiado jóvenes. Creatividad y miedo son las dos caras de la misma moneda. De hecho, el miedo se estimula con una vida creativa porque crear significa adentrarse en el mundo de la incertidumbre. El miedo vive de la necesidad de tener todo bajo control, en cambio la creatividad vive de la emoción de no tener nada bajo control. El truco es no dejarse guiar por el miedo sino por la curiosidad y aprender, experiencia tras experiencia, a ser cada vez un poco más valientes.
Un ejemplo de vida creativa es el de Susan, una amiga de Gilbert. Cuando cumplió cuarenta años volvió a practicar patinaje artístico, una pasión que tenía desde que era niña. Cuando era adolescente Susan entendió que no sería una campeona de patinaje porque no tenía el talento necesario y esto hizo que dejara de patinar. Hacerlo sin poder ser la mejor le parecía una pérdida de tiempo. Pero cuando llegó a los cuarenta, Susan se sentía desganada, inquieta y sombría. Pensando en la última vez que se sintió ligera y feliz —y por lo tanto “creativa” a su manera— se dio cuenta de que era cuando patinaba. Se preguntó si patinar seguía gustándole y, siguiendo su curiosidad, comenzó a hacerlo de nuevo. De esta manera, Susan descubrió que no solo le seguía gustando, sino que le gustaba aún más porque ahora apreciaba en mayor medida el valor de su felicidad. La historia no termina con Susan que deja el trabajo para convertirse en una atleta profesional y luego ganar una medalla. Susan continúa patinando solo por el gusto de hacerlo. Lo hace cada día con dedicación, antes de ir al trabajo o en su tiempo libre, por el simple placer que le hace sentir ese estado de gracia en el que se encuentra cuando patina. Susan ha conseguido sacar a la luz su don oculto y esto le permite vivir una vida creativa en la que se encuentra lo que Gilbert llama la Gran Magia.