Crecimiento económico constante e interminable: para todos aquellos nacidos a partir de los años 70, esta es la única vía posible para el desarrollo de una sociedad próspera y justa. Incluso los economistas, los políticos y la opinión pública no tienen dudas: el camino hacia un mundo feliz y pacífico pasa por el crecimiento y la riqueza.
Si esto es lo que se nos ha enseñado y aceptamos como verdad, es justo saber que las ideas no siempre han sido estas. En los años 60 y 70, cuando se publicó el libro Lo pequeño es hermoso, también existía una corriente de pensamiento que se oponía críticamente a la idea consumista y capitalista del crecimiento económico constante. No solo eso: reconociendo la poca sostenibilidad de un modelo de crecimiento infinito en un sistema de recursos finitos, criticaba fuertemente la centralidad de la ciencia económica y la tecnología en relación con el poder de decisión, y pedía a gritos un retorno a la humanidad de los métodos, al respeto por la naturaleza, el planeta y la especie misma.
La economía capitalista basada en la producción y la explotación de los recursos en nombre de la ganancia puede reemplazarse por otro tipo de economía que coloque el bienestar humano y el de la naturaleza en primer plano, desacelerando la producción pero haciendo que todos sean más felices y prósperos. Schumacher fue una de las voces principales de este pensamiento: fusionando su amplio conocimiento en el campo económico con la espiritualidad de las disciplinas orientales, teorizó y defendió la idea de una economía budista que pusiera en el centro la armonía del ser humano y el planeta, y un sistema equilibrado y no violento. Así como en la naturaleza, donde cada elemento crece solo hasta alcanzar la armonía con el resto de la creación, también en una economía alternativa, cada factor debe encontrar sus propias dimensiones: el crecimiento infinito no es posible ni sostenible, ya que, por un lado, desperdicia recursos preciosos y finitos, y, por otro lado, deshumaniza el sistema, haciendo a las personas infelices y esclavas de la tecnología, dejando a los pobres en la pobreza y haciendo a los ricos aún más ricos.
Otra economía es posible, pero debe comenzar con un cambio en los hábitos y el pensamiento generalizado. Cada uno de nosotros puede hacer algo en su vida diaria, cambiando la forma en que administra su propia vida. Pero en última instancia, se requiere un cambio radical en la educación y el pensamiento que nos haga reconocer la locura del sistema actual y nos devuelva al camino de la sabiduría.