Hoy en día es cada vez más difícil cuestionar el hecho de que todos nosotros descendemos anatómica, genética y neurológicamente de los simios. Hay muchos puntos en común, y a nivel neurológico, nuestro cerebro y nuestros sentidos no son tan diferentes. Sin embargo, el hecho de que existan diferencias sustanciales es innegable. Los simios nacen, viven y mueren en el bosque como animales. El ser humano, por el contrario, vive con conciencia, habilidades y objetivos diferentes a los otros animales: la búsqueda constante de innovaciones para mejorar el ambiente en el que vive, el amor por el arte, la poesía y la música, la conciencia profunda de uno mismo y la percepción del mundo que lo rodea. Por lo tanto, el ser humano es una especie aparte.
Todo esto tiene que ver con nuestro cerebro. La mayor diferencia entre el ser humano y el simio se encuentra en este órgano, que en algún momento, hace millones de años, encontró la combinación evolutiva adecuada y se convirtió en algo diferente a las demás especies animales. Según el autor, el cerebro humano debe toda su evolución al avance de un componente único en la naturaleza: las neuronas espejo. Se trata de un tipo de células cerebrales que se activan cuando vemos a otro individuo haciendo algo. El desarrollo excesivo de las mismas, sumado a un giro afortunado de la evolución, posibilitaron la creación de todo lo que nos hace únicos: nuestra plasticidad cerebral, el lenguaje complejo, el amor por el arte, y finalmente la cultura extremadamente multifacética que se transmitió de generación en generación hasta el presente.