Las organizaciones exitosas tienen un elemento en común: el líder es el último. Esto no es solo un dicho, sino un hecho concreto. El precio del liderazgo es anteponer las necesidades del equipo a las propias. Un ejemplo de esto son los marines. Cuando están en el comedor, los más jóvenes se sirven primero, y los más adultos al final. Esto no es una regla, sino una costumbre.
En las organizaciones exitosas, los líderes protegen a las personas de los niveles inferiores, y estas, a su vez, se apoyan mutuamente. Así es como se crea un clima que permite que las personas se sientan cómodas y den lo mejor de sí, incluso cuando deben tomar riesgos. En el caso de los marines, también cuando la vida está en juego. Es una dinámica natural. Si los líderes protegen a toda la estructura de las rivalidades internas, los individuos vivirán en un clima de cooperación y confianza, y no gastarán energías en vigilar a los demás. Concretamente, lo que se aplica al ambiente profesional en estas organizaciones es el comportamiento que permitió que la raza humana se convirtiera en la especie dominante: explotar la aptitud innata para la cooperación. La capacidad de trabajar juntos, de ayudarse y protegerse unos a otros, es lo que marcó la diferencia para nuestros antepasados. Los elefantes también sobrevivieron, pero su vida no evolucionó.
Y hablando del pasado, otro gran ejemplo son los espartanos. Perder el escudo en la batalla era lo peor que le podía suceder a un espartano. De hecho, el guerrero que perdía su armadura era perdonado, pero a aquellos que perdían el escudo en la batalla les quitaban sus derechos como ciudadanos. La razón es que el casco y la pechera servían de protección individual, mientras que el escudo también protegía al soldado que se encontraba a su lado. Este, además, podía ensamblarse con otros escudos y crear una barrera que servía para salvaguardar a todo el grupo.