Desde que, en 1985, Forbes lo definió por primera vez el hombre más rico de Estados Unidos, Sam Walton empezó a enfrentarse a una realidad sobre la cual - como él mismo cuenta - todavía no había reflexionado: todo el mundo se preguntaba por qué iba a una simple barbería o por qué llevaba a sus perros en la parte trasera de una camioneta pick-up. ¿Por qué no debería hacerlo? Era su respuesta. Su familia de origen había afrontado la Gran Depresión desempeñando varios trabajos y, sobre todo, enseñando a los jóvenes el valor intrínseco de cada dólar. De su suegro, L. S. Robson, el joven Sam había aprendido otro principio fundamental: la empresa coincide con la familia, las decisiones se toman juntos y todos son responsables. Su estilo de vida no dependería de su cuenta bancaria.
Un estilo que también adoptó su empresa: en Walmart, la primera regla para administrar los costes era ahorrar. La compañía compró un jet privado solo cuando logró facturar 40 mil millones de dólares, después de haberse extendido hasta California y Maine. Durante los viajes de trabajo se dormía en habitaciones dobles y se comía en restaurantes para familias. Sam Walton consideraba a los directores generales mejor pagados de las grandes empresas estadounidenses como uno de los peores errores en el mundo de los negocios.
No se trata de avaricia, sino de creer en el valor del dólar. Walmart ofrece valor a sus clientes: además de garantizar la calidad y el servicio, es necesario evitar gastar dinero en cosas inútiles, porque cada dólar que se gasta sale de los bolsillos de los clientes, por eso, hay que asignarle el valor que tiene y que se merece, para que la compañía pueda estar siempre un paso adelante de la competencia.