Fue en 1999 cuando hice la apuesta más grande en mis 19 años de carrera como capitalista de riesgo: 11.8 millones de dólares para el 12% de una start-up fundada por un par de jóvenes graduados de Standford. Su bandera - "organizar el mundo de la información y hacerla funcional y universalmente accesible" - aún genial podía resultar ambiciosa, pero yo confiaba en Larry Page y Sergey Brin, ellos estaban decididos a cambiar el mundo y yo pensé que podían tener una oportunidad.
Los dos fundadores de Google eran visionarios con una enorme energía empresarial, lo único que les faltaba era la experiencia de gestión. Deberían haber aprendido a tomar decisiones difíciles, a mantener a su equipo por el buen camino, tendrían que haber recopilado los datos relevantes para trazar los progresos y poder medir las cosas más importantes. Mi regalo para Google fue una herramienta aguda para lograr obtener un rendimiento de primera clase, un modelo que aprendí del mejor gerente de todos los tiempos, Andy Grove, durante mis años en Intel, jamás he visto una empresa mejor dirigida.
Este modelo se llama OKR (Objectives and Key Results), es un protocolo de colaboración para definir objetivos claves para empresas, equipos e individuos. Es una metodología de gestión que ayuda a garantizar que los esfuerzos se centren en los mismos problemas importantes en toda la cadena de la organización, desde la base hasta la dirección.
Un objetivo es simplemente lo que tenemos que lograr, nada más y nada menos. Por definición, los objetivos son significativos, concretos, orientados a la acción, motivadores. Si se diseñan y se distribuyen adecuadamente, son una vacuna contra el pensamiento confuso y la ejecución incierta.
Los resultados clave son estándares de referencia y monitorean la forma de cómo se logra el objetivo. Para que sean eficaces, tienen que ser específicos, sujetos a un plazo, agresivos pero realistas y, sobre todo, medibles y verificables. O cumples con los requisitos de un resultado clave, o no lo haces: no hay una zona gris, no hay un espacio para la duda. Al final del período designado, normalmente tres meses, se indica si el resultado clave se ha logrado o no.