Mi vida en publicidad

Claude C. Hopkins nació en 1866 en una familia austera y muy religiosa en un pequeño pueblo en Michigan. Su padre, un pastor bautista propietario del periódico local, murió muy temprano, por lo que a los 9 años de edad Claude tuvo que empezar a trabajar duro para ayudar a la familia, al mismo tiempo que seguía asistiendo a la escuela y a la iglesia. Continuó sus estudios eclesiásticos hasta los 18 años, más por familiaridad que por vocación, hasta que discutió con su madre y abandonó definitivamente el camino de la religión. Sin embargo, había heredado de su madre escocesa la pasión por el trabajo y la ética del ahorro, dos características que fueron fundamentales para su éxito en la publicidad. Hopkins siempre se comprometió a crear una publicidad que garantizara un valor real para los clientes, y lo lograba gracias al desarrollo de métodos para medir su eficacia. Con la ayuda de estos métodos es posible minimizar el desperdicio de la inversión, maximizando los rendimientos. Su mantra siempre fue "la seguridad es lo primero". El ahorro y la precaución eran instintivos para él porque sabía que la mayoría de los fracasos comerciales, y especialmente en publicidad, se debían a la imprudencia de superar ciertos límites. Los pequeños fallos publicitarios son de esperar y significan poco si se ha hecho un buen trabajo. Lo importante es que los errores no sean un fin en sí mismos, sino que sirvan para modificar las decisiones, rastreando los resultados y entendiendo qué es lo que hay que cambiar. Gracias a este enfoque, las pérdidas de Hopkins siempre fueron mínimas y nunca mermaron la confianza en su reputación. Las ganancias, por otro lado, a menudo fueron millonarias tanto para sus clientes como para él mismo, y le brindaron un gran prestigio. Además de la precaución, sus sobresalientes resultados se debían a la enorme cantidad de horas y energía dedicadas al trabajo, siguiendo la creencia de que el hombre que trabaja tres veces más que otro, aprende tres veces más, tanto por los errores cometidos como por los éxitos obtenidos. Por lo tanto, casi siempre trabajaba hasta altas horas de la noche y, a menudo, los fines de semana. Al mismo tiempo, el trabajo era un juego para él, un amor que debía cultivarse sin descanso.