Por naturaleza, el estado de ánimo de las personas es muy variable. Aún así, breves momentos de negatividad podrían durar días a causa de cómo los afrontamos. De hecho, al contrario de lo que podríamos pensar, cuando nos sentimos un poco tristes, nerviosos o irritables, intentar liberarnos del mal humor o esforzarnos por descubrir la causa solo empeora las cosas; es como estar atrapados en arenas movedizas: cuanto más luchamos para liberarnos, más nos hundimos. Esto ocurre porque la mente busca entre los recuerdos para encontrar los que reflejan el estado emotivo del momento: por ejemplo, ante una amenaza dejará surgir los recuerdos de otras situaciones de peligro, para reconocer las similitudes y encontrar una solución. Aunque consista en un mecanismo de supervivencia, suele pasar que un poco de tristeza pueda desencadenar una cascada de recuerdos desagradables, emociones negativas y juicios severos y difíciles de frenar. La meditación consciente nos permite reconocer los pensamientos dañinos justo en el momento en el que surgen para darnos cuenta de que no son reales y de que no definen a la persona. Observar los pensamientos negativos en el momento en el que emergen, dejar que se queden allí durante un rato y luego simplemente mirarlos mientras se evaporan delante de nuestros ojos puede dar resultados extraordinarios: el vacío que dejan se llenará de paz y felicidad. La meditación desbloquea una manera diferente de relacionarse con el mundo: elimina la necesidad del lenguaje y del análisis, porque deja que sea el corazón, y no la mente, el que experimente —es decir ser consciente del canto de los pájaros, del perfume de las flores, de la sonrisa de un ser querido.