Cuando se habla de tecnología, a menudo se tiende a pensar que es neutral con respecto a las personas. En teoría, no existirían tecnologías inherentemente racistas y homofóbicas. La culpa de cualquier discriminación recaería en sus usuarios o, a lo sumo, sería consecuencia de fallos momentáneos (glitch). Estos serían la excepción y no la norma. Después de todo, cuando los técnicos y científicos dan vida a una nueva tecnología o dispositivo, la idea es que lo hacen para mejorar la vida de la mayor cantidad de personas posible. Sin embargo, el estudio de Meredith Broussard parece poner seriamente en duda esta representación ingenua del desarrollo tecnológico.
De hecho, todas las tecnologías están diseñadas por seres humanos que viven en una sociedad específica y que llevan consigo una carga de sesgos, es decir, prejuicios más o menos conscientes, los cuales son producto de la posición que la sociedad adopta hacia ciertas minorías. En otras palabras, si en el mundo occidental las personas de color, homosexuales, transexuales o discapacitados siguen siendo discriminados, es probable que esto se refleje de alguna manera en el funcionamiento de las tecnologías.
Este fenómeno no debe interpretarse como una manifestación voluntaria de racismo, sino como una consecuencia inevitable, al menos en la mayoría de los casos, de una postura pasiva frente a estos problemas. Tomemos, por ejemplo, una tecnología de uso común, como los sensores que activan un dispensador de jabón. Especialmente al principio, estos funcionaban mejor con tonos de piel claros, mientras que el reconocimiento de la piel oscura estaba y aún es más susceptible de fallar. No se trata de un problema técnico, sino de un prejuicio involuntario. A menudo, al diseñar una nueva tecnología, se piensa que si funciona para alguien, entonces funcionará para todos. Además, cuando se crearon los sensores, el número de ingenieros de color que trabajaban era considerablemente menor en comparación con hoy en día. La idea de que un sensor pudiera no reconocer tonos de piel oscuros ni siquiera se tuvo en cuenta durante las pruebas. Por lo tanto, es una forma de racismo internalizado. No hay intención de perjudicar a una comunidad o minoría, sino que se incorpora involuntariamente en la tecnología una actitud de indiferencia o discriminación ya presente en el mundo real.
Por lo tanto, la tecnología inclusiva debe ser diseñada teniendo en cuenta las necesidades de todos, especialmente de aquellas personas que en la vida real forman parte de categorías que sufren discriminación.