Después de años de publicaciones impresas y programas televisivos, todos conocemos una serie de conceptos tales como el calentamiento global, la deforestación, la carrera por las energías renovables y las especies en peligro de extinción. Grupos como Extinction Rebellion y personajes como Greta Thunberg han aparecido en muchas portadas de revistas y periódicos en los últimos años, y vivimos con el temor constante de una catástrofe climática inminente. Si bien es un problema que hay que afrontar, según el autor el catastrofismo ambiental no solo es injustificado, sino que además es deletéreo si lo que anhelamos es que la humanidad se vuelva más sostenible para el planeta.
El problema es que la exageración, el alarmismo y en algunos casos el extremismo del activismo ambiental corren el riesgo de desviar la atención de los problemas reales y las consiguientes soluciones lógicas, llegando a rechazar las posibles salidas del oscuro túnel en el que estamos atrapados. Según el autor, es evidente que existen problemas ambientales importantes, pero esto no justifica el punto de vista apocalíptico que se nos impone constantemente: la clave está en ordenar el caos de información que recibimos y, por lo tanto, encontrar soluciones eficaces que se puedan poner en práctica. En realidad, el alarmismo fácil esconde los problemas y las oportunidades para mejorar la situación ambiental del planeta.
Por si la confusión no fuera suficiente, las principales corrientes de pensamiento ecológico tienen un defecto fundamental: no toman en cuenta los factores humanos, económicos y sociales de las opciones que proponen, y por eso están destinadas al fracaso o a hacer miserables a algunos sectores de la población, sobre todo en las partes menos desarrolladas del mundo. Los llamamientos al corte energético de las naciones más pobres, el impulso hacia las energías renovables y los vetos a la producción y exportación de productos desde determinadas zonas pueden desligarse de las necesidades ambientales para convertirse en auténticas armas políticas y sociales en manos de los países más ricos y desarrollados contra aquellos que están menos avanzados. En definitiva, incluso las elecciones ecologistas que a primera vista podrían resolver algunos problemas y ayudar al planeta, en algunos casos acaban manteniendo el status quo de los países desarrollados, perpetuando el ciclo de pobreza y contaminación de las naciones más subdesarrolladas.
De hecho, según el autor, muchas de las posiciones ideológicas del ecologismo contemporáneo rechazan la oportunidad real de hacer que el planeta sea más verde, es decir, ayudar a los países pobres a desarrollarse para encontrar alternativas más sostenibles y aceptar la producción de energías más potentes y limpias como la nuclear. Solo si pasamos por estos puntos críticos, los resolvemos y abandonamos la visión apocalíptica del ambientalismo, será posible avanzar finalmente hacia un futuro más sostenible para todos.