Ruth Bader nació en Brooklyn en 1933, sus padres eran judíos inmigrantes procedentes de Ucrania. Su infancia y adolescencia fueron muy parecidas a las de cualquier otro coetáneo, aunque estuvieron marcadas por momentos difíciles y de sufrimiento. Cuando tenía dos años, perdió a su hermana a causa de una meningitis; cuando tenía trece diagnosticaron cáncer a su madre. Kiki (este era su apodo) afrontó con valentía y discreción estas pruebas dolorosas porque no quería que la gente sintiera compasión por ella. Desde pequeña, Kiki fue una lectora voraz; una vez a la semana, su madre iba a la peluquería y la dejaba en la biblioteca, en donde podía sumergirse en el mundo de los libros y escoger los títulos que quería llevarse a casa. La madre (que se llamaba Celia) era una mujer inteligente a la que le gustaba estudiar, tuvo excelentes notas pero no pudo ir a la universidad: su familia quería que fuera el hermano quien estudiara. Para él querían una carrera y para ella, al ser mujer, querían que se casara y que ayudara a pagar los estudios del hermano trabajando como contable.
Celia soñaba en un futuro diferente para su hija, en el que Kiki pudiera estudiar, y convertirse en una buena profesora o realizarse profesionalmente. Ruth se esforzó mucho en la enseñanza superior y obtuvo muy buenos resultados, pero desgraciadamente la madre murió antes de que ella acabara el colegio. Celia dejó a su hija una doble herencia: moral y material. Desde el punto de vista moral, le enseñó dos principios que Kiki siempre respetó durante toda su vida: ser independiente y una verdadera señora. Este último principio, le explicó su madre, se refería a la importancia de no dejarse llevar por las emociones negativas, a tener fe en sus convicciones y a tener siempre un gran respeto por sí misma. El segundo tipo de herencia fue material: cuando su madre murió, Kiki recibió 8.000 dólares que Celia había ahorrado con paciencia y sacrificio para su educación.