Parece increíble, pero Andre Agassi, uno de los deportistas más renombrados y talentosos del mundo, odia el tenis, la disciplina que lo ha hecho famoso. Lo dice sin pelos en la lengua al inicio de su autobiografía deportiva y lo repite continuamente, tal vez sin creerlo realmente: sin embargo, durante los veintinueve años que se dedicó al tenis, lo odió hasta su último partido en el US Open de 2006, antes de despedirse de la raqueta de una vez por todas.
Este odio tiene raíces profundas en el pasado del deportista, a partir de los recuerdos más remotos de sus primeros años de vida. Hijo del ex boxeador olímpico Emmanuel Mike Agassi, iraniano naturalizado estadounidense, quien lo introdujo en la dura disciplina del tenis desde bien pequeño: el padre, que en esa época trabajaba en un casino de Las Vegas, hizo construir un campo de tenis en el jardín de su casa para entrenar a sus cuatro hijos Rita, Philly, Tami y Andre, sometiéndolos a sesiones de prácticas duras y agotadoras. Sin embargo, muy pronto la atención de Mike Agassi se concentró en el más joven, Andre, que mostró tener una predisposición natural por el deporte. Así empezó el calvario y el gran viaje que convirtió al deportista en un niño prodigio de la raqueta.
Los primeros entrenamientos empezaron en sus primeros años de vida en el campo privado de la familia: Andre se vio obligado a practicar duramente y de manera sistemática con una máquina lanza pelotas construida por el padre y una red más alta de la reglamentaria, ya que si conseguía jugar bien con esa red no tendría dificultades para jugar mejor en un campo normal. La obsesión de Mike Agassi era tan grande que dejó poco espacio para los demás aspectos de la vida del niño: a partir de los cuatro años, su tiempo libre estaba dedicado a jugar con tenistas profesionales, entre los cuales su ídolo Björn Borg; sucesivamente la importancia dedicada al entrenamiento influyó en su rendimiento escolar, que pronto se volvió desastroso. Esta situación no generó gran preocupación en su padre, que consideraba las horas que su hijo pasaba en clase tiempo perdido, pudiendo dedicarse a algo más importante como era el entrenamiento en el campo de tenis.
Fue precisamente en este momento que Andre Agassi empezó a sentir odio por esta disciplina deportiva invadiendo su corazón hasta hoy en día: el carácter violento y prepotente del padre no le permitía tomar sus propias decisiones, obligándolo a seguir el camino que este había elegido para él, y dejándolo sin voz ni voto. Además, desde el inicio, el tenis fue un gran peso para el niño: ya que su hermano y sus hermanas demostraron no ser muy hábiles en la disciplina, Andre era el único que podía dar satisfacción al padre; la familia no tenía muchos recursos económicos y gastaba casi todo su dinero invirtiendo en la carrera de Andre, esperando poder beneficiarse ampliamente de esta elección en el futuro.
Cuando el niño cumplió ocho años, Mike Agassi decidió que había llegado el momento de salir del campo de entrenamiento privado y empezar a participar en los torneos que tenían lugar todos los fines de semana dentro de los Estados Unidos. Fue una elección audaz que dio sus frutos: gracias al entrenamiento duro e incesante, Andre ganó sus siete primeros torneos en la categoría sub-10. Pero también tuvo su primera derrota de la que no consiguió olvidarse fácilmente: durante el torneo Morley Field de San Diego jugó contra un niño llamado Jeff Tarango el cual ganó haciendo trampa. Este evento marcó a Agassi de manera excesiva, y lo recordó hasta el día en que, ya de adulto y siendo un tenista profesional, volvió a encontrarse con Tarango y se vengó de él sin piedad. Para aumentar aún más su vínculo con el deporte, cuando tenía nueve años su padre le buscó un trabajo como recogepelotas en el torneo Alan King Tennis Classic: era una excusa para conocer tenistas profesionales con los que jugar durante los momentos libres. Fue aquí que Andre conoció a su primer amor, Wendi, su colega recogepelotas. A pesar de su juventud su relación siempre fue fuerte y Wendi volvió a la vida del tenista varias veces, como compañera y amiga. Junto a este trabajo, Andre también jugaba por dinero para juntar lo necesario y así poder comprarse las bebidas, y de vez en cuando su padre lo utilizaba para apostar por dinero a jugadores adultos; uno de ellos fue Jim Brown, el campeón de fútbol americano, al que Andre ganó sin problemas. Fue también durante este período que Andre conoció a su amigo de infancia Perry Rogers, que más adelante se convirtió, entre otras cosas, en su abogado: debido a un encuentro que acabó mal, al inicio los dos jóvenes no se llevaron bien, pero rápidamente se hicieron inseparables.