Orbiting the Giant Hairball

Cuando somos pequeños nos estimulan , porque somos niños, a ser creativos. A través del dibujo, los cuentos y los colores, aprendemos a conocer el mundo. Lo plasmamos mediante nuestra imaginación. Sin embargo, al crecer, sacrificamos el lado ingenioso en favor de la racionalidad. Si en un aula de niños de seis años pidiéramos a los artistas presentes que levantaran las manos, todos competirían para llamar la atención. A los seis años, todo el mundo se siente un artista. Si hiciéramos la misma pregunta a niños de ocho o diez años, serían menos los que contestarían. Esto porque al crecer se nos pide desarrollar el lado serio, el de los estudiantes que aprenden cosas y se preparan al mundo de los adultos.

La racionalidad le gana al lado jocoso y la seriedad limita la ironía. En realidad, se confunde el potencial creativo por estupidez.

Incluso hay normas sociales que nos obligan a la moderación y nivelan las diversidades. La sociedad nos fuerza a ser normales y no nos anima a ser únicos. Con el paso del tiempo, olvidamos que somos potenciales creadores y perdemos el contacto con nuestro enfoque imaginativo.

A menudo, esta pérdida deriva de un verdadero error por parte de los adultos que, como ya están fuera del mundo creativo, no consideran artistas a los pequeños.

Dejar de creer que somos capaces de crear y producir algo nuevo es una lenta e inevitable desilusión para aquellos jóvenes que quieren que se les reconozca su talento, pero que están destinados a ser simplemente normales. Las empresas quieren contratar a personas normales, incluso cuando necesitan y buscan creativos.