Cuando hablamos de orden mundial, pensamos en países que viven en paz entre sí. Sin embargo, la historia demuestra lo contrario, es decir, hasta qué punto el equilibrio es deseable pero inviable y hasta qué punto puede ser complejo mantener un estado de orden mundial transitorio.
Uno de los principales problemas es el orgullo que todos los países sienten por su propia diversidad. De hecho, las diferentes civilizaciones siempre han considerado su cultura y sus leyes como las únicas universalmente válidas, por lo tanto siempre han intentado establecer la propia supremacía por encima del respeto recíproco de las diferencias.
Los Estados Unidos son un ejemplo evidente de ello, desde el final de la Segunda Guerra Mundial han intentado exportar a todo el mundo sus principios de democracia y libre mercado.
La historia está llena de testimonios sobre la necesidad que los países tienen de ganarle al vecino.
Kissinger reconstruye algunos de estos eventos preguntándose sobre el futuro. Se imagina las relaciones entre los Estados Unidos y China, evalúa las consecuencias de los conflictos entre Iraq y Afganistán, analiza las negociaciones nucleares con Irán y las reacciones de Occidente en relación con la Primavera Árabe.
Es difícil hipotetizar un futuro “ordenado”.
De hecho, según Kissinger, si miramos al pasado nos daremos cuenta de que nunca existió un orden mundial.
Lo que hoy denominamos orden mundial se introdujo en Europa aproximadamente hace 4 siglos, con la paz de Westfalia, pero sin que todos los continentes lo supieran o participaran.
De hecho, el acuerdo reflejaba una adaptación práctica a la realidad sin buscar una concepción moral única. Era un orden en el que la división y la diversidad convivían. Los estados seguían siendo independientes, se encargaban de sus asuntos internos y no se interponían los unos con los otros. No había ningún intento de opresión para imponer la propia verdad. Cada uno respondía por sí mismo en el respeto recíproco de las estructuras internas y las elecciones religiosas.
Por lo tanto, si por un lado la tolerancia hacia el vecino era una ventaja, por el otro también representaba el problema. La insidia era sutil porque cada región consideraba el propio orden como “único” y definía a los demás como “bárbaros”. También, cada una de ellas esperaba poder expandir su orden, entendido como modelo de la organización perfecta, al mundo. Además, esta posición se reforzaba por la falta de estructuras de comunicación capaces de facilitar las relaciones entre las diferentes regiones.
En la otra parte del mundo, más o menos durante el mismo período, China se veía a sí misma como el centro en dónde todo lo demás empezaba. China tenía un concepto jerárquico y universal de orden en donde la figura del emperador dominaba sobre todo lo que estaba debajo del Cielo. Así que consideraban a los demás países inferiores, y pensaban que tarde o temprano se rendirían a la grandeza cultural y económica de China.
A su vez, el Islam presentaba un orden diferente. Su visión, muy religiosa, establecía un gobierno único capaz de unificar y pacificar el mundo. Ya en el siglo VII, el Islam agrupaba áreas muy distantes entre ellas y todas estaban dominadas por la exaltación religiosa junto al deseo de expasión imperial.
Las áreas en cuestión incluían el Medio Oriente, el Norte de África y algunas zonas de Asia y Europa. Era prácticamente imposible reunir a zonas tan lejanas geográfica y culturalmente bajo un único gobierno. Sin embargo esa era la intención del Imperio Otomano, básicamente turco, que pensaba seguir expandiéndose en el Mediterráneo, los Balcanes y hacia Europa Oriental. Desde su punto de vista, la expansión era posible gracias a la gran cantidad de estados europeos, hecho que favorecía la división interna del continente causando un clima de incertidumbre debido a los conflictos políticos constantes.
En cambio, en la otra parte del Atlántico, la realidad era todavía más diferente. Los colonos puritanos ingleses habían creado el llamado “Nuevo Mundo” pensando que estaban “en misión en tierras salvajes”. El orden que los puritanos intentaban establecer se basaba en la palabra de Dios, la cual los liberaría de la constricción a la obediencia hacia las estructuras de la autoridad.
Según la concepción del “Nuevo Mundo”, la paz y el equilibrio se habrían difundido fácilmente tan pronto como los "otros" entraran en contacto con los principios americanos. Los americanos estaban realmente convencidos de que la paz habría llegado gracias a la difusión de los principios democráticos que promovían.
En cambio Europa continuaba creyendo en el equilibrio de los poderes.
A lo largo de los siglos, el concepto de orden mundial no ha cambiado y sigue teniendo el deseo y la necesidad de crear un sistema global. Pero más que mantener un orden mundial, deberíamos hablar de construir un orden mundial que nunca existió realmente.