En la segunda mitad del siglo XVIII, la célebre matemática británica Ada Lovelace trabajaba en la “máquina analítica” creada por Charles Babbage: una especie de precursor de la computadora. Aunque apreciaba sus cualidades innovadoras, estaba convencida de que esta máquina tenía muchos límites: no se podía obtener de ella más de lo que ya se había introducido. Es decir, el output no podía ser mucho mayor o mejor que el input.
Esto siempre ha sido una convicción en el campo de la ciencia informática; sin embargo, en los últimos tiempos, la Inteligencia Artificial (IA) ha hecho muchos avances y por lo tanto ha surgido una nueva escuela de pensamiento: tal vez no es necesaria la intervención humana para que un algoritmo se extienda en el ambiente digital y ofrezca un output mejorado respecto al input. Aún así, existe un contexto en el que parece imposible que una computadora pueda operar: la creatividad, no solo entendida como arte —música, literatura, pintura…— sino también como gastronomía, arquitectura, deporte o invenciones. En todos estos campos, ser creativos es un privilegio del ser humano.
En general, la creatividad puede entenderse como algo nuevo y sorprendente, y que aporta valor. Pero, el “valor” en sí es difícil de estimar ya que es subjetivo; podríamos decir que algo de valor es lo que se convierte en una inspiración para los demás. En concreto, la profesora inglesa Margaret Boden ha identificado 3 tipologías de creatividad. La primera es la de exploración, que consiste en empezar por lo que ya existe y ampliar sus límites, explorar los detalles y crear algo nuevo permaneciendo fieles a las reglas existentes; un ejemplo es un tipo de música nueva, que se crea a partir de las reglas musicales ya existentes. Esta representa el 97% de la creatividad, y es la que las computadoras realizan. Luego existe la creatividad de combinación, en la que se tienen en cuenta dos campos completamente diferentes entre ellos y se combinan para crear algo nuevo (como un nuevo plato que nace a partir de la combinación de dos tipos de cocina diferentes). Por último está la creatividad de transformación y es muy poco frecuente: es la que rompe con el pasado quebrantando las reglas. Un ejemplo se produce cuando nace una nueva corriente artística: antes del Cubismo la regla era pintar los dos ojos en ambos lados de la nariz, pero Picasso rompió esta regla creando algo totalmente revolucionario.
En cualquier caso, parece que la creatividad responde a ciertas reglas implícitas: es el resultado de una serie de estructuras lógicas que nuestro pensamiento sigue de manera inconsciente. En tal sentido, la creatividad podría enseñarse. Si le enseñamos a un algoritmo a seguir las estructuras lógicas de la creatividad, e incluso le permitimos estudiar la manera en la que otros artistas viven su proceso creativo, ¿puede que el algoritmo sea creativo? Es precisamente esta pregunta que el libro Programados para crear intenta responder.