La prostitución siempre ha existido en todo el mundo. No hay que fingir que no existe, y tampoco sirve de nada creer que no nos afecta. Puede ser cualquiera: nuestro vecino, la persona con quien nos encontramos en el supermercado o la que está trotando en el parque. El hecho de que quienes hacen este trabajo no tengan una etiqueta en su saco que diga "trabajador sexual" no significa que estas personas no existan.
Entonces, la reflexión que tenemos que hacer no es moral, o si está bien o no prostituirse, sino que debe tener en cuenta los derechos y protección necesarias para estas personas.
La prostitución no es un trabajo reconocido, y esto en sí mismo es una limitación importante. Efectivamente, es un trabajo cuestionado, al que se oponen principalmente la opinión pública y también la policía.
Los profesionales del sexo suelen acabar en la calle por necesidad, y en proporción, son muy pocas las personas que eligen la prostitución. Sí, también hay gente que elige este camino porque es rentable, como los gigolós por ejemplo.
En la mayoría de los casos, los motivos que llevan sobre todo a las mujeres a la calle son personales: son extranjeras explotadas por un patrón, madres solteras que no pueden afrontar los gastos, o bien son mujeres que han sufrido numerosos abusos y terminaron cayendo en las drogas. Por lo general, son personas socialmente frágiles que necesitan grandes sumas de dinero en el menor tiempo posible. Son mujeres desprotegidas, y con ello no nos referimos a asistencia, sino a un mínimo de seguridad.
En países donde la prostitución es un delito, se ven obligadas a esconderse para poder trabajar, y quedan expuestas al peligro cuando se aíslan o aceptan estar a solas con extraños. De hecho, ¿cuántas veces el destino las arrastra y acaban siendo golpeadas con ferocidad por un hombre violento con el que se toparon en el momento equivocado?
Por el momento, no hay ningún método alternativo para limitar el peligro, y de hecho, si las mujeres trabajaran juntas aunque solo fuera para protegerse unas a otras, esa asociación se convertiría en un burdel, que también está penado por la ley.
Por ello, las mujeres afectadas exigen cada vez con más fuerza que se revean los parámetros legales que se aplican a la prostitución. Si hay oportunidades y garantías, también se pueden repensar los derechos de las personas que trabajan en este oficio. Si tuvieran más protección, la vida de muchas mujeres podría cambiar.
A veces les resulta imposible llamar a la policía, incluso estando en peligro, porque si lo hicieran las arrestarían. No pueden trabajar en grupo, en el mismo ambiente, solo para garantizar su seguridad, porque el hecho de que trabajen juntas es punible. Según la hipótesis de las autoras Smith y Mac (ambas trabajadoras sexuales) cuidarse unas a otras para evitar accidentes es una cuestión política que debe resolverse a nivel político, y por eso luchan junto a muchas otras mujeres para que sean reconocidos como derechos fundamentales.
También hay que agregar que muchas personas de diferente raza, religión, etnia y género entran en la categoría de trabajadores sexuales. Y también los riesgos que corren son diferentes: los blancos suelen estar más protegidos que los negros, y las personas transgénero están más expuestas al peligro que las cisgénero. Todos estos temas se deben abordar, aunque sea para reflexionar, porque no se puede descuidar la seguridad en ningún trabajo que pueda definirse como tal.