Aplicando algunos conocimientos neurológicos a casos clínicos reales, los autores nos ayudan a comprender mejor cómo nuestras reacciones y comportamientos están estrechamente relacionados con nuestra biología y, en concreto, con el funcionamiento de nuestro cerebro.
En el texto, el trauma se define como una respuesta subjetiva a determinados acontecimientos que activa un estado de estrés fuerte o prolongado en nuestro organismo. Su nivel de intensidad se puede estimar en base a tres factores: el tipo de evento o eventos que causaron el trauma, el tipo de experiencia que creó y sus efectos en nuestra salud. Por ejemplo, es evidente que presenciar la muerte de un ser querido en circunstancias violentas puede ser un evento extremadamente traumático para un niño, pero incluso la exposición prolongada a la vergüenza y la humillación en el entorno familiar puede tener consecuencias graves y permanentes.
Las instituciones de salud mental estadounidenses llaman a los eventos traumáticos “experiencias infantiles adversas” y, según los estudios que estiman sus impactos, son responsables de los problemas de salud mental en el 45% de los niños y el 30% de los adultos que los han vivido. Además, un alto índice de adversidad se correlaciona con las nueve causas principales de muerte en la edad adulta. Es decir: cuantos más eventos adversos enfrentemos a edades tempranas más nuestra salud estará expuesta a riesgos en la edad adulta. Esto sucede porque un trauma infantil puede determinar los fundamentos sobre los que se basan nuestro sentido de la realidad y nuestros mecanismos de regulación, influenciando el resto de nuestra vida.