Desde hace muchos años en los Estados Unidos las historias de adicción a los analgésicos se han vuelto cada vez más comunes. De 1999 a 2018, casi 800 000 personas murieron por sobredosis, y solo en 2017 hubo 70 237 muertes, el doble respecto a 10 años antes.
Para entender cómo empezó todo, tenemos que dar un salto atrás en el tiempo. Aunque los casos de cáncer en los Estados Unidos se mantuvieron estables entre 1995 y 1999, el número de muertes por esta enfermedad disminuyó constantemente durante el mismo período. De hecho, en aquellos años los tratamientos contra el cáncer comenzaron a ser más efectivos para mantener con vida a más personas, pero a cambio de largas y dolorosas terapias. Mientras tanto, en una economía que durante décadas había basado su expansión en la industria, ahora era difícil encontrar adultos que no tuvieran algún tipo de dolencia. La esperanza de vida de la clase media se alargaba mucho pero había un precio que pagar: el dolor.
En 1996 una empresa farmacéutica estadounidense, la Purdue Pharma de la familia Sackler, introdujo un nuevo analgésico: el OxyContin, a base de un derivado del opio. Los fármacos provenientes del opio son los analgésicos más potentes y efectivos que existen: bloquean el dolor actuando sobre los receptores del cerebro, pero en dosis elevadas provocan una especie de ligera euforia, y si se usan regularmente pierden su eficacia y generan adicción. Rápidamente, llegaron al mercado otros fármacos similares. Las pastillas funcionaban, pero a menudo su eficacia no duraba las 12 horas que prometían los prospectos, y aunque estos medicamentos requerían receta médica, muchos estadounidenses comenzaron a tomar más de lo que les recetaban.
Entonces, empezó una discusión nacional sobre la falta de atención de los médicos sobre este tema. Los periódicos repetían que los médicos subestimaban el dolor de los pacientes y que los opiáceos eran seguros. Esta producción periodística e informativa contribuyó a cambiar la sensibilidad de los médicos, convenciéndolos de prescribir estos fármacos sin demasiados escrúpulos. Fue así que se produjo el detonante de la tormenta perfecta: la nueva sensibilidad de la opinión pública, la fuerte presión del gobierno y el cambio de las condiciones de salud de millones de personas ante el gran desarrollo económico de la segunda mitad del siglo XX.
A principios del nuevo milenio, las ciudades estadounidenses se inundaron con miles de millones de analgésicos a base de opiáceos y cientos de miles de personas se volvieron adictas. En poco tiempo, la adquisición de medicamentos se hizo más fácil porque algunas personas se dieron cuenta de la posibilidad de hacer negocio y algunos médicos comenzaron a hacer recetas falsas. Las farmacias hicieron lo mismo. El mercado negro de estos fármacos era próspero, organizado y omnipresente. Incluso los cárteles de la droga entendieron que había llegado el momento de aprovechar esta situación e inundaron las ciudades estadounidenses con otro derivado del opio, la heroína, que era mucho más barata que los analgésicos.
Sin embargo, los médicos estadounidenses siempre fueron más propensos a recetar analgésicos a los blancos que a los negros, porque consideraban que los negros tenían un mayor riesgo de abuso. Como resultado, el 90 % de las personas que comenzaron a consumir heroína en los Estados Unidos después de 1980 eran blancas, a pesar del estereotipo del negro drogadicto.
El número de muertos fue tan alto que se registraron cifras jamás vistas en el último siglo: de 2016 a 2018, durante tres años consecutivos, la esperanza de vida en los Estados Unidos disminuyó en lugar de aumentar. Esto no sucedía desde 1915 - 1918, cuando la Primera Guerra Mundial y la gripe española causaron la muerte de millones de personas en todo el mundo.
Hoy en día, algo está empezando a cambiar, pero muy lentamente. En agosto de 2019, la compañía farmacéutica Johnson & Johnson fue sentenciada en Oklahoma por usar publicidad engañosa y obligada a pagar una penalidad de 572 millones de dólares por promocionar sus analgésicos a base de opioides describiéndolos como seguros y necesarios, a pesar de conocer los riesgos relacionados. Todos los estados de los Estados Unidos ya han obtenido o están en proceso de obtener indemnizaciones parecidas. Mientras tanto, a pesar de que la cifra se mantuvo muy alta, en 2018 la cantidad de personas que murieron por sobredosis en los Estados Unidos disminuyó por primera vez en treinta años. Las últimas leyes presupuestarias aprobadas por el Congreso destinan decenas de miles de millones de dólares para capacitar a los médicos y el personal de salud, establecer estructuras capaces de frenar la epidemia y dotar a ciudades y estados de herramientas más eficaces. Ha surgido una nueva sensibilidad en la opinión pública estadounidense, ya que se ha vuelto imposible hablar de las consecuencias de la crisis económica, la desindustrialización, y las condiciones y necesidades de la clase media sin hablar del problema del abuso de los analgésicos.