Esto es lo que Matt Haig se preguntó varias veces mientras escribía el libro Razones para seguir viviendo. Al final, se dio cuenta de que escribir y hablar sobre su depresión era terapéutico, no solo para él, sino también para otras personas, que encontraron una voz de esperanza en él. Matt sufrió de depresión cuando tenía 24 años y estaba en Ibiza, que es lo último en lo que pensaríamos si tenemos en cuenta la edad y el lugar mencionado. Sin embargo, Matt recuerda perfectamente el día en que murió la persona que él había sido hasta ese momento. Todo duró unos segundos. Era una sensación extraña, una especie de estremecimiento en la nuca. Luego, sobrevino la sensación de que estaba cayendo en una realidad claustrofóbica de la que ya no podría escapar. Y mientras algo se rompía en su interior, nada ocurría en el exterior. No había síntomas visibles ni grietas que permitan vislumbrar siquiera lo que estaba pasando.
Matt permaneció tres días en cama; no podía dormir y tenía pensamientos suicidas, pero en realidad no quería morir; solo deseaba no haber nacido nunca. Junto a él está su novia Andrea, que trataba de acompañarlo lo más posible. Después de tres días en cama, Matt se levantó, salió de casa y fue al acantilado para acabar con todo. Las personas deprimidas no buscan la felicidad, sino la ausencia del sufrimiento. Vivir duele. La mente está incendiada, aunque nadie pueda verla. Aspiran a la normalidad, pero, en ausencia de la misma, se conforman con estar vacías. Para Matt, estar vacío significaba dejar de vivir, pero estando al borde de ese acantilado la vida le recordó con fuerza que hay muchas razones para no morir, como por ejemplo la gente que amaba, las posibilidades a futuro o incluso ese ligero temor de que la muerte no llegara después de saltar y de que hubiera quedado paralizado, y en consecuencia, más atrapado. Todas las motivaciones que nos damos en esos momentos tienen el mismo valor. No hay ni buenas ni malas; la depresión es así, íntimamente personal, al igual que las formas de abordarla.
La depresión es una gran mentirosa, porque distorsiona nuestra visión del mundo y nos hace verlo como lo que no es. Pero la depresión en sí no es un invento, es dramáticamente real, aunque sea invisible externamente. Uno de los síntomas más conocidos de la depresión es sentirse sin esperanzas. No se trata de no ver la luz al final del túnel; la depresión bloquea las salidas y nos deja a oscuras, sin siquiera la esperanza de encontrar esa luz de la que todo el mundo habla. Sin embargo, la existencia misma de este libro demuestra que la depresión nos hace pensar cosas equivocadas. La versión original del libro se escribió hace trece años, después de aquel día en Ibiza, y confirma viejos clichés. Existe esa luz al final del túnel, pero toma tiempo encontrarla. Y al fin y al cabo, el tiempo suaviza todo.