La tesis del autor sobre el liderazgo señala que es necesario convertirnos en mejores seres humanos para ser mejores líderes. El liderazgo y el crecimiento son dos características interdependientes. No podemos ser buenos líderes si no somos buenas personas, y viceversa. Para ser mejores seres humanos, es importante que iniciemos un proceso de autoconocimiento. Estar quietos y escuchar nuestro corazón (y el de las personas que nos rodean) es un paso necesario para vivir nuestra vida y no solo sobrevivir. Es importante desarrollar las habilidades prácticas que caracterizan al líder exitoso, pero también necesitamos ganas de compartir nuestras experiencias y, sobre todo, un análisis profundo que nos ayude a desprendernos de nosotros mismos e identificar los patrones que siempre han influido en nuestras vidas y moldearon nuestra personalidad. Por lo tanto, el autoconocimiento profundo nos ayuda a formarnos, no solo como mejores líderes, sino también como mejores personas, más resilientes, más conscientes y, en última instancia, más felices.
El secreto: aprender a parar. Cuando nos movemos rápido, es más fácil vivir de acuerdo con las expectativas de los demás, por lo que también es más fácil tomar una dirección determinada en función de las afirmaciones que otros hacen sobre nosotros. Es una creencia arraigada en muchos de nosotros que si corremos cada vez más rápido, nos decimos que así debe ser y hacemos más cosas y más rápido, quizás logremos superar la falta de confianza que tenemos en nuestro valor y nuestra propia voz. Tal comportamiento también nos da cierta importancia, porque si estamos haciendo muchas cosas y rápido, seguramente nuestro trabajo es importante. Pero esta estrategia de esforzarse constantemente en el trabajo no funciona porque alimenta el miedo a jamás ser suficiente, nos impide pensar con claridad y nos convence de que el sentido de las cosas solo está en la rapidez de su ejecución. No estamos realmente vivos ni somos buenos líderes si pasamos nuestro tiempo tratando de alimentar a nuestros demonios y descuidando lo que hay en nuestro interior. Esta estrategia también provoca la tendencia a identificar quiénes somos con lo que hacemos. Entonces, nuestro valor como seres humanos se mide por las notas que sacamos, el dinero que reunimos, la persona con la que nos casamos, la casa que compramos… El pensamiento se convierte en esto: soy lo que hago; solo merezco el respeto de los demás si lo hago rápida y eficazmente. Es por eso que resulta imprescindible que aprendamos a detenernos, a quedarnos quietos para poder conocernos mejor a nosotros mismos. Ser líder comienza con el coraje de permanecer inmóviles ante la incertidumbre para conocernos a fondo.
Un proceso en el que el autoengaño se expone de una forma tan hábil y compasiva que resulta imposible esconderse. Ya no podemos culpar a los demás por las vidas que llevamos, ya no nos mentimos a nosotros mismos y comenzamos a hacernos las preguntas correctas: ¿quién soy? ¿En qué creo? ¿Qué significado le doy a los conceptos de éxito y fracaso? ¿Qué tipo de persona quiero ser? ¿Cómo he sido cómplice de las condiciones de mi vida que yo mismo odio? Cuando nos quedamos quietos, podemos recordar quiénes somos. Cuando detenemos el vórtice, podemos encontrarnos frente a esos demonios que nos han perseguido durante toda la vida. Cuando dejamos de mentirnos y de fingir que tenemos todo claro, podemos sentirnos abrumados por todas las verdades que pesan sobre nosotros. Pero una vez que paramos podemos definir nuestro liderazgo y nuestra vida. O al menos nuestra vida ahora mismo, porque el proceso nunca termina, está en constante evolución. La vida es crecimiento y cambio. Si bien esto a veces puede traer sufrimiento, sienta las bases sobre las que puede surgir el líder guerrero que hay en nosotros. Este es el arte de crecer.