En 1999, en Minneapolis, los ejecutivos de las principales industrias alimentarias de los Estados Unidos se reunieron para abordar una serie de cuestiones, incluyendo el preocupante aumento de la obesidad en el país. Desde Nestlé hasta Coca Cola y Mars, todas estaban presentes: empresas que estaban constantemente en busca de nuevas formas de promocionar sus productos y estrategias para conquistar el mercado y obtener mejores resultados que sus competidores. Junto con los CEOs de las grandes compañías de alimentos, también estaban presentes los representantes de las industrias que suministraban los tres ingredientes principales (sal, azúcar y grasas), directamente relacionados con el crecimiento de la obesidad en la población.
En aquellos años, aproximadamente una cuarta parte de la población adulta en los Estados Unidos era obesa, y el número de niños obesos se había duplicado en comparación con la década de los ochenta. La industria alimentaria estaba en el punto de mira de los investigadores de Harvard, las asociaciones de salud cardíaca, la Cancer Society y los Centros federales para el control y la prevención de enfermedades. La estrategia sugerida era que la industria alimentaria se comprometiera a erradicar el problema con campañas sobre la importancia del movimiento y el deporte, y al mismo tiempo trabajara en la producción de alimentos más saludables, revisando el contenido de sal, azúcar y grasas en las recetas. Sin embargo, los ejecutivos no tenían ninguna intención de cambiar los productos exitosos, ya que su único interés era impulsar las ventas. Continuaron peleando entre sí, apoyando públicamente el compromiso con la salud, pero en muchos casos aumentando la cantidad de sal, azúcar y grasas en galletas y otros alimentos para superar a la competencia. La gran oportunidad de cambio fue desperdiciada, y como resultado, la situación empeoró aún más en los siguientes diez años.