El nombre de Ernest Shackleton, indomable explorador antártico, está vinculado a ese período histórico en el que hombres valientes desafiaban las leyes de la naturaleza para perseguir su sed de conocimiento. Su expedición más famosa representa su mayor fracaso como explorador, pero también su mayor éxito como líder. Cuando su embarcación, el Endurance, quedó atrapada en el hielo marino de Weddell y después de 281 días se hundió, Shackleton logró la hazaña de su vida. Después de un viaje inhumano de más de 1 300 kilómetros, llegó al sur de Georgia a bordo de vehículos improvisados, y trajo a salvo a todos los miembros de su tripulación.
¿Pero cómo lo logró? “The Boss”, como lo llamaba su tripulación, construyó su estilo de liderazgo sobre algunos elementos fundamentales, como optimismo, determinación, lealtad, un fuerte espíritu de camaradería y responsabilidad por sus propias acciones. Además, para él, sus hombres siempre estaban por encima de cualquier otra cosa, incluso del éxito de la misión. Su trabajo era cuidarlos. Y esto no solo significaba asegurarse de que tuvieran todo lo necesario para dar lo mejor de sí, sino también darles la posibilidad de crecer, tanto a nivel personal como profesional.
En los primeros años del siglo XX, Shackleton era un líder atípico que prefería la iniciativa personal y la creatividad de los individuos a la férrea disciplina que estaba en boga en esa época. Era un aventurero, un poeta, un caballero; era fuerte, empático y persuasivo. Pero también era egocéntrico, descuidado con el dinero y despiadado a la hora de perseguir sus objetivos, a menudo en detrimento de su esposa e hijos. Sin embargo, había algo que para él no era negociable: el respeto por cada uno de los miembros de su equipo.