Esto puede sonar injusto, pero lamentablemente esta situación es consecuencia directa de la brecha salarial de género (se estima que una mujer gana en promedio el 80% de su contraparte masculina) y del hecho de que, en promedio, las mujeres viven más tiempo que los hombres. Además, las mujeres tienden a tener ingresos menos estables que los hombres debido a la discriminación de género y al hecho de que se les asigna la responsabilidad social de educar a los hijos y cuidar a los ancianos. Esta responsabilidad implícita hace que una mujer entre y salga del mercado laboral con mucha más frecuencia que un hombre, y es la primera de la que prescinden cuando una empresa decide hacer un recorte de personal. Por otro lado, las mujeres tardan más que los hombres en encontrar un nuevo trabajo, y a menudo se ven obligadas a trabajar a tiempo parcial. Como consecuencia, les pagan todavía menos y pueden acceder a menos beneficios. Entonces, cuando se trata de la jubilación, las mujeres logran ahorrar menos dinero, pero paradójicamente, lo necesitarán por más tiempo que los hombres. Todo esto hace que un plan financiero a largo plazo sea más importante para una mujer que para un hombre.
Estas también tienden a tener una relación más emocional que los hombres con el dinero. El “Bag-Lady Syndrome” (literalmente el síndrome de la dama de las bolsas o de la mendiga) habla del temor que tienen muchas mujeres de acabar en la calle sin un centavo, a pesar de ser pudientes. De acuerdo con una investigación que realizó Allianz Life Insurance Company en 2006, el 48% de las mujeres con un ingreso anual de al menos 100 000 dólares tienen miedo de quedar empobrecidas y sin hogar. Esto sucede por dos razones: la falta de confianza en sí mismas y una dependencia subyacente de los demás. Para superar esta emotividad, primero debemos conocer en detalle cuál es nuestra situación financiera y comprender qué papel juega el dinero en nuestra vida.