Todos queremos vivir una vida plena, significativa y feliz, y una de las formas en las que el autor logra hacerlo es teniendo presente en todo momento su propia versión centenaria. En vez de tomar decisiones pensando en una gratificación momentánea, deberíamos aprender a hacerlo desde la visión de nuestra versión centenaria, es decir, cuando estamos cerca de la hora de la muerte.
Tal vez, desde este punto de vista elegiríamos jugar más a menudo con nuestro hijo, en lugar de trabajar horas extra, o escribir algunas páginas de nuestro libro en lugar de ver una serie de televisión. En nuestro lecho de muerte, no nos arrepentiremos de haber dejado de ver una serie de televisión o de haber trabajado menos; en cambio, recordaremos con alegría el tiempo que pasamos con nuestro hijo o cultivando un sueño. Nuestra versión centenaria es la versión más sabia de nosotros mismos, la que da más valor el tiempo y que, por lo tanto, sabe aconsejarnos mejor.
Sabemos que el tiempo es el recurso más preciado que tenemos, pero casi siempre pensamos en él en términos de horas, días, semanas o años. Pero nos planteamos con menos frecuencia la importancia de los minutos. Creemos que son inútiles, pero cada día tenemos 1 440 minutos y podemos aprender a utilizarlos de manera eficaz.
Debemos cambiar nuestra concepción del tiempo y empezar a considerarlo en términos de minutos, porque cada uno es valioso y no debemos desperdiciarlos, sin importar cuántos haya antes o después. En este sentido, podemos cultivar nuestra creatividad incluso en los pocos minutos o "ningún" minuto de espera que se generan entre un compromiso y otro durante el día.
Hay varias formas de hacer esto. En primer lugar, siempre debemos considerar el tiempo como un factor determinante en cada decisión. ¿Realmente está bien invertido el tiempo que necesito para hacer una actividad determinada? Viajar dos horas en auto para ir a conocer un nuevo restaurante tiene sentido para los verdaderos amantes de la comida, pero no para quienes solo quieren ir ahí porque todo el mundo va.
También puede resultar útil minimizar el tiempo que lleva hacer una actividad. Si es posible, es mejor vivir cerca del lugar de trabajo, porque nunca recuperaremos el tiempo que tardamos en desplazarnos. Quienes viven cerca del trabajo, tienen más minutos, incluso horas, para dedicarlos a sus pasiones. Quienes dicen que durante el trayecto al trabajo se relajan o consumen contenidos de calidad, en realidad podrían hacer lo mismo en casa o en contextos sobre los que tienen total control.
Sin embargo, cualquier otra actividad puede volverse mucho más eficiente si descubrimos cómo realizarla de manera más rápida. El autor, por ejemplo, sugiere tratar de encontrar formas más rápidas de hacer las tareas domésticas, como vaciar el lavavajillas y preparar el desayuno. Esos pocos minutos que ahorra cada día parecen nada, pero cuando se acumulan al final del año realmente marcan la diferencia.
Ser productivo en lo que nos interesa implica dejar de hacer cosas que no nos interesan. Entonces, preguntémonos qué podemos dejar ir, como, por ejemplo, permitir que alguien más corte el césped de nuestro jardín. Para muchos, es difícil delegar tareas, actividades y responsabilidades a familiares, parientes, amigos, vecinos, pasantes o asistentes, porque se pierde un poco de control, pero es útil porque se recupera mucho tiempo, por lo que al final somos más productivos en lo que nos interesa.
El tiempo es el mismo para todos. Cuando decimos que no tenemos tiempo, la realidad es que tenemos algo más que hacer. Y eso está bien, si ese algo más realmente nos emociona y le da sentido a nuestra vida. Si nuestras prioridades están ligadas a nuestros valores y ambiciones, está bien no tener tiempo para cosas que realmente no nos interesan. Sin embargo, lo opuesto no es bueno, y lo mejor que podemos hacer por nuestra vida cada día es elegir bien cómo emplear nuestro tiempo.