La muerte de Michela Murgia y su funeral a puertas abiertas movilizaron a miles de mujeres a la capital Italiana para darle un último adiós, como sucede en una familia. La escritora supo dar voz a un mundo que nuestra sociedad tiende a ocultar, el de la disparidad de privilegios entre hombres y mujeres en el momento de nacer, y esa voz por fin ha empezado a hacerse oír. La voz es central en todos los temas que abordó la autora a lo largo de los años en sus libros, la radio y la televisión, y expresa un concepto clave de la crítica feminista: el lenguaje da forma a la sociedad, y al analizarlo podemos comprender muchas ideas que están tan interiorizadas que las aplicamos sin darnos cuenta, lo que también influye negativamente en las personas que nos rodean o en nosotros mismos.
Su ensayo Stai Zitta parte del relato de algunas ocasiones en las que su voz y la de sus colegas fue silenciada públicamente con esta expresión, sancionada agresivamente por los hombres. Con el tiempo, nos hemos acostumbrado a escuchar estas palabras para mantener callada a una mujer, incluso en la televisión, pero no pensaríamos en dejarla salirse con la suya si la situación fuese a la inversa. Este es un caso claro de sexismo, porque detrás de la simple grosería se esconde un doble estándar, que pone de manifiesto un problema generalizado de cómo pensamos que una mujer debería hablar y expresarse en público. Si está dispuesta a discutir un tema en profundidad o a defender su posición de manera dialéctica, se la descalifica de alguna manera. Cuando conversan entre ellas en grupo solemos hablar de un gallinero, pero nunca osaríamos hacer una comparación equivalente en el caso de un grupo de hombres.
¿En qué se traduce este aspecto? En programas de televisión en los que los expertos entrevistados casi siempre son hombres, en un machismo latente incluso entre los más progresistas, que difícilmente admiten que quieren un feminismo silencioso en el que las mujeres solo sirven para hacer presencia y tener limpias sus conciencias. Algunos intentan defenderse citando una supuesta omnipresencia femenina, pero basta con ver las cifras para darse cuenta de que tal cosa no existe. En 2018, la autora decidió investigar el número de mujeres periodistas presentes en las páginas de los periódicos italianos. No solo descubrió que había muy pocas mujeres, sino que en su mayoría estaban mal pagadas, y a menudo se limitaban a escribir artículos sobre temas considerados "femeninos" por la sociedad, como las relaciones románticas o el cuidado del hogar. La respuesta de los medios fue intensa y variada. Algunos colegas intentaron negar el valor de este descubrimiento, y otros quedaron asombrados por el resultado. Pero también recibió un gran apoyo en las redes sociales de parte de la gente común y corriente.
Esta realidad distorsionada también sigue existiendo gracias a una serie de frases hechas, típicas del lenguaje cotidiano, que se quejan de quienes señalan la discrepancia en las cifras y piden en voz alta un cupo para las mujeres, por ejemplo. Entre las frases más habituales, Michela Murgia cita las siguientes: “lo que importa es el valor de la persona”, “es ofensivo involucrar a las mujeres solo por ser mujeres”, “no hay nombres de mujeres tan prestigiosos como los de hombres”. Estos pensamientos son en parte comprensibles por la educación que recibimos en la sociedad, pero el mayor problema es que muchas veces ni siquiera notamos la ausencia de las mujeres en algunos sectores. Las mujeres no piden tener un trato especial por su condición, y tampoco se las puede equiparar a una categoría sociocultural. Son la mitad de la humanidad, y simplemente están pidiendo que se las tenga en cuenta, lo que en la mayoría de los casos no sucede. Por lo tanto, las herramientas políticas como el cupo femenino, simplemente se vuelven algo temporal que debería hacernos reflexionar y ayudar a contener un problema generalizado, mientras trabajamos para resolver sus causas.