La indecisión y la tendencia a procrastinar se manifiestan de diferentes formas, pero la razón en la que se basa este comportamiento es siempre la misma: la reacción ante la percepción de una amenaza. Procrastinar es una manera de huir de las situaciones difíciles y así conservar las energías necesarias para la supervivencia. Se trata, en resumen, de un mecanismo de autodefensa que nos llega directamente de la prehistoria: el Homo sapiens, según algunos científicos, fue el primero en saber llevar a cabo una “planificación compleja”, que necesita la capacidad de concebir el futuro como el resultado de una serie de acciones. En vez de atacar a un mamut a ciegas, nuestros antepasados empezaron a reunirse en grupos, a establecer una táctica, a tomar decisiones antes de actuar. Desde la prehistoria, la procrastinación ha evolucionado y hoy nos protege de:
- el miedo a fracasar;
- la indirecta resistencia a la autoridad;
- el miedo al éxito y a las expectativas que este crea.
En práctica, una parte del cerebro no ha mantenido el ritmo del cambio que se ha dado a nuestro alrededor: ya no se necesitan ciertos comportamientos para mantenernos vivos. Lo que es todavía positivo de procrastinar es que podemos analizar por qué lo hacemos: entender el mecanismo que lo desencadena nos señala a qué tenemos miedo.
A menudo el perfeccionismo es considerado una virtud, pero puede ser un bloqueo que activamos para protegernos del miedo al fracaso. La paradoja es que somos perfectamente imperfectos y que el impulso hacia el “nunca es suficiente”, en vez de ayudarnos a mejorar, solo puede obstaculizarnos.
No te etiquetes a ti mismo como un procrastinador. Piensa, en cambio, en potenciar tus capacidades en el área en el que eres mejor. El músculo de la decisión se entrena, y tú sabes en qué campo puedes ser decisivo: entrénate en ese. Desarrolla tu músculo de la decisión, éxito a éxito.