Según una investigación de Forbes, 9 de cada 10 startups fracasan, entonces ¿por qué continúa circulando y extendiéndose la idea de que crear una sea tan gratificante, fácil y rentable? La respuesta reside en la constatación de que la ilusión del éxito fácil ha creado una demanda de bienes y servicios enorme, igual que los intereses de quienes giran a su alrededor: los autores motivacionales, las asesorías milagrosas, los diseñadores gráficos especializados en presentaciones deslumbrantes y los coaches expertos. Son muchas las personas que ganan dinero con el mercado de los aspirantes a startuppers.
Seguramente, el hecho que ayuda a perpetuar esta retórica es que quienes han fracasado probablemente no quieran hablar de su experiencia y tal vez ni siquiera tengan tiempo para hacerlo porque ya se están dedicando a otro trabajo.
La unión de estos factores contribuyen a alimentar la convicción, en todos los que están pensando en empezar un proyecto emprendedor, de que el mundo de las startups está lleno de historias de fama y éxito. No hay nada más falso que esta creencia y, de hecho, existe mucha información valiosa sobre los fracasos de la mayoría de las startups: estamos hablando de los llamados post mortem, las publicaciones de los blogs de startups que ya murieron.
Sin embargo, además de esta pequeña nota sobre la información alternativa, también es importante considerar un último elemento que contribuye a la creación del falso mito del éxito: ¿quién debería tomarse la molestia de detener a un joven empresario decidido a montar una startup? Seguramente no serán los que obtienen un beneficio económico directa o indirectamente gracias al éxito y fracaso de todas estas nuevas empresas. Ya sea un libro, una asesoría, un curso o incluso un clic en un anuncio, sin dejar de lado a los contables y el erario estatal, quienes venden estos productos y servicios solo podrán seguir trabajando gracias al continuo surgimiento y fracaso de nuevas startups.