Steve fue adoptado por Paul y Clara Jobs en 1955, el año en que nació. La madre biológica quería que los padres adoptivos fueran universitarios, pero como no fue el caso, puso como condición la creación de un fondo para mandarlo a la universidad. Así empezó la vida de Steve Jobs, abandonado por sus padres biológicos y predestinado a ir a la universidad. Sus padres nunca le escondieron que era adoptado, por ello Steve se sentía abandonado y al mismo tiempo especial, destinado a hacer grandes cosas. Su infancia fue la típica de los niños de los años cincuenta, creció en la zona residencial de Mountain View, y su padre le transmitió su pasión por la mecánica y los autos. Era un período de auge inmobiliario debido a las inversiones que hicieron muchos militares que vivían en la zona y trabajaban como técnicos e ingenieros. Creció en un lugar con una gran presencia de industrias militares de vanguardia que usaban tecnología punta, y esto transmitía una sensación de misterio; vivir en aquel lugar era muy estimulante, y además en ese momento estaba empezando el crecimiento económico basado en la tecnología. En la ciudad cercana de Palo Alto se encontraba el garaje en el que nació Hewlett-Packard, empresa en gran crecimiento que fabricaba instrumentos tecnológicos; cuando Steve tenía 9 años, Hewlett-Packard daba trabajo a nueve mil personas. La Stanford University creó un parque industrial para que las empresas privadas comercializasen las ideas de sus estudiantes. Los semiconductores eran la tecnología más importante para el desarrollo de la región; se empezó a utilizar el silicio, material muy abundante en el valle, y en pocos años nacieron más de 50 empresas de semiconductores. La zona que va desde la punta sur de San Francisco hasta San José, pasando por Palo Alto, se convirtió en el Silicon Valley. Steve creció en este ambiente, admirándolo y absorbiendo la agitación que se respiraba en el aire, curioso por la innovación que le rodeaba. Rápidamente se dio cuenta que era excepcionalmente inteligente y perspicaz, que tenía una mente brillante, y que era más espabilado que sus padres. Todo esto, sumado al hecho de que sabía que era adoptado, le dio una sensación de distanciamiento y aislamiento, ya fuera de la familia y del mundo. Por suerte sus padres entendieron rápidamente que tenían un hijo “especial” e hicieron de todo para satisfacer y estimular su curiosidad e inteligencia. En el colegio se aburría, las clases le parecían poco interesantes, a menudo suspendía, y desde bien joven decidió abandonar la iglesia luterana, de la que sus padres formaban parte, para dedicarse al estudio del budismo zen.