Había una vez consumidores que eran personas, y se encontraban al final de un proceso lineal en el que tomaban decisiones de compra motivadas por una racionalidad concreta y exigencias de utilidad. Quien vendía, aprovechaba el lado práctico y funcional y los costos ventajosos de los productos y servicios, porque sabía bien lo que las personas buscaban.
En la era de la fiction economy aquel mundo, hecho de mercados lineales y predecibles, dejó de existir, incluso en tiempos de crisis. Este tipo de consumidor se extinguió y dejó espacio para una nueva versión que se deja guiar por otros principios en sus decisiones de compra.
Es verdad que, para este tipo de consumidor el precio todavía es importante, pero lo verdaderamente fundamental y que marca la diferencia, son los símbolos, los valores y los mensajes que los productos y las marcas transmiten.
Con el estallido de internet y las redes sociales, el componente emocional y la narrativa predominan con respecto al aspecto racional. Si nos damos cuenta, la mayor parte de las informaciones que utilizamos cada día están transmitidas en una modalidad narrativa. Vivimos en un mundo en el que la línea que distingue la realidad de la ficción se vuelve cada vez más sutil y por esto es importante entender cómo construir historias que encantan.
Cada día, gracias a los diferentes dispositivos con los que interactuamos, estamos sometidos a una gran cantidad de información y literalmente soñamos con los ojos abiertos. Estudios recientes han puesto en evidencia que gran parte de la vida cotidiana (y de la que pasamos online) no es vivida en un estado lúcido y racional, sino en un estado neurológico similar al del sueño. Tenemos los ojos abiertos, pero estamos soñando: estamos siempre on-life, o bien, en una dimensión de la existencia en la que no se distingue claramente el mundo digital del real.