Cuando los diecinueve integrantes del equipo uruguayo de rugby Old Christians Club subieron al avión en Montevideo para viajar a Chile, ciertamente no imaginaban que en unas horas sus vidas cambiarían para siempre. Era el 13 de octubre de 1972. El tiempo era estable y nada hacía suponer que surgirían problemas durante el vuelo. Había otros pasajeros viajando con los jugadores, en su mayoría familiares y seguidores del equipo, y el personal de abordo. En ese momento el autor, Roberto Canessa, tenía 19 años, y se encontraba en el vuelo en calidad de jugador del equipo de rugby.
El viaje comenzó sin inconvenientes, pero las cosas cambiaron rápidamente cuando el avión tuvo problemas debido a un error humano. Mientras sobrevolaban los Andes, el copiloto confundió la posición de la aeronave y perdió altitud, lo cual provocó daños al avión, que rápidamente perdió sus alas, se partió en dos y se estrelló a toda velocidad. Tras el impacto, el fuselaje se deslizó por la ladera de un glaciar, y finalmente se detuvo en una zona remota de los Andes argentinos en la frontera con Chile, llamada Valle de las Lágrimas.
Durante el impacto murieron tres miembros del personal y nueve pasajeros, mientras que los demás pasajeros quedaron inconscientes. Y cuando despertaron, el pánico se había extendido. El avión era un montón de ruinas en medio de un paisaje inhóspito y helado, y reinaba la confusión y la desesperación. Canessa estaba conmocionado, pero consciente, y miró a su alrededor. Algunos estaban heridos; otros, inmóviles; y todos, en un estado de miedo palpable. A su alrededor, algunos miembros del equipo ya estaban despiertos y trataban de ayudar activamente a los heridos y de hacer un recuento de los fallecidos. El autor, que en ese entonces era estudiante de medicina, pronto se dio cuenta de que era crucial actuar y establecer orden, por lo que junto con otras personas comenzó a organizar a los sobrevivientes, mientras trataban de encontrar refugio, calefacción y agua y proporcionar atención médica a los heridos. Dadas las temperaturas extremas y la falta de vendajes para tratar las heridas, también tuvieron que buscar cualquier tipo de ropa en el equipaje de los vivos y fallecidos, para limitar los daños al máximo. Cada decisión que se tomaba era como un rayo de esperanza en medio de una situación desesperante. El frío era intenso y el viento azotaba incesantemente. La supervivencia era una prioridad, y para lograrla se requería colaboración y solidaridad. Cada miembro ayudaba como podía, mientras esperaba un alivio inminente.
Al principio, los supervivientes no tenían dudas de que la ayuda llegaría en breve. El primer día pasaron unos aviones de búsqueda, pero que lamentablemente no los vieron. Sin embargo, los días empezaron a transcurrir sin ayuda y la necesidad de ser rescatados era cada vez más apremiante. Cualquier señal eventual de ayuda era una fuente de esperanza, y cada decepción era un golpe a la moral. A pesar de todo, Canessa y los demás intentaron mantener la concentración y explorar todas las opciones posibles. Por ejemplo, tuvieron la idea de utilizar el equipaje para crear una cruz en la nieve, para tratar de que los vieran desde arriba. Lamentablemente esto no ayudó, y pronto los supervivientes se dieron cuenta de que tendrían que buscar alternativas a la idea de ser encontrados, para lo cual apelaron a sus ganas de sobrevivir y a la determinación de no darse por vencidos.