Durante décadas, el mundo de los expertos en alimentación nos ha enseñado que si queremos vivir durante más tiempo y de manera saludable, debemos seguir una dieta baja en grasas animales y rica en verduras. ¿Quién podría cuestionar esta afirmación? Sin embargo, en los últimos años, han surgido dudas al respecto. Científicos, investigadores, expertos en nutrición y periodistas han comenzado a hacerse preguntas porque se han dado cuenta de que faltan datos reales en relación con todas estas reglas, a menudo enfrentando críticas públicas solo por cuestionar la narrativa comúnmente aceptada. Hacerse preguntas es lo que ha permitido que la humanidad evolucione, ajustando las creencias preconcebidas y encontrando nuevos métodos más efectivos para mantener a las personas saludables. Pero, parece que cuando el tema toca una noción delicada como la alimentación, nos enfrentamos a un tabú difícil de cuestionar.
A pesar de ello, la investigación continúa y surgen constantemente nuevas dudas. Entre las personas que han abordado este tema se encuentra la autora, quien se topó con este casi por casualidad. Nina Teicholz comenzó su exploración en el mundo de la alimentación de manera totalmente inesperada. Originalmente, no era una científica dedicada al estudio de la nutrición sino una periodista de investigación. Cuando le asignaron la tarea de revisar restaurantes para una publicación de Nueva York, empezó a cuestionarse la dieta estándar estadounidense y las pautas dietéticas oficiales. Durante su asignación, Teicholz comió regularmente alimentos que se consideraban prohibidos o incluso perjudiciales según las pautas: bistecs, mantequilla y otros alimentos ricos en grasas saturadas. En lugar de experimentar los presuntos efectos negativos de esta dieta poco saludable, no solo no aumentó de peso, sino que además se sintió saludable. Esta discrepancia entre las recomendaciones oficiales y su experiencia personal despertó en Teicholz una curiosidad que la llevó a profundizar en la ciencia de la nutrición.
Dedicando más de una década a su investigación, Teicholz examinó una cantidad significativa de estudios científicos, habló con numerosos expertos en el campo y estudió a fondo la historia de las recomendaciones dietéticas. Su investigación reveló una serie de conclusiones controvertidas: las pautas dietéticas oficiales no solo podrían ser erróneas, sino que también podrían haber contribuido a la actual epidemia de obesidad y diabetes en los Estados Unidos.
Alarmada por este descubrimiento y la consciencia de que las nuevas normas alimentarias se han extendido a nivel internacional, la autora empezó a abogar activamente por la idea de que las dietas ricas en grasas animales pueden ser más saludables que las bajas en grasas, y pidió una revisión y reconsideración de las políticas dietéticas actuales, que han sido moldeadas por décadas de investigaciones, a menudo sin fundamentos sólidos. Además de las responsabilidades de la industria alimentaria, también se suman las de los académicos, quienes sin mala intención y con el deseo de encontrar respuestas para la salud humana, podrían haber creado un desastre sin precedentes. En particular, el problema es la correlación entre las grasas saturadas y las enfermedades cardíacas y el cáncer: las investigaciones de campo que las consideraron uno de los factores clave de estas afecciones, en un segundo y más profundo análisis resultan carentes de fundamentos sólidos.