Michael Oher, a quien todos conocen como Big Mike por su imponente estatura, era un adolescente afroamericano sin hogar y abandonado por sus padres que a los 15 años ya era un gigante que pesaba más de 130 kg y medía 1.96 metros.
Sus primeros años de vida no fueron nada fáciles. Michael creció en Hurt Village, uno de los barrios más complicados de los suburbios de Memphis, en Tennessee. En esta comunidad predominaba el narcotráfico y la violencia de las pandillas. Michael vivía cada día huyendo de los servicios sociales, pasando por varias familias de acogida y durmiendo a la intemperie donde podía. Asistía a la escuela esporádicamente y se cambió al menos 11 veces de escuelas públicas diferentes. La madre era alcohólica y drogadicta. ¿Y el padre? Entraba y salía de prisión.
Su sueño era jugar en la NBA, para lo cual Big Mike entrenaba día y noche para convertirse en el próximo Michael Jordan, aunque sus posibilidades de lograrlo eran casi nulas.
La suerte de Michael comenzó a cambiar cuando conoció a Big Tony, el entrenador de básquetbol y futbol americano que a menudo regresaba a Hurt Village para reclutar jugadores jóvenes. Big Tony fue el primero en comprender el potencial del joven Michael, por lo que lo llevó con él, lo dejaba dormir en el suelo de su casa y lo ayudó a matricularse junto con su hijo en una de las ricas escuelas cristianas privadas del área de East Memphis, para que pudiera tener una buena educación.
En Briarcrest Christian School, Michael se enfrentó a muchos desafíos. Big Mike no era como los demás niños: tenía grandes dificultades de aprendizaje, era tímido, solitario y sus compañeros de clase a menudo se burlaban de él. Debido a sus bajos resultados escolares, al principio ni siquiera le permitían practicar deportes.
Los profesores estaban desesperados. Siendo realistas, Michael solo fue admitido en la escuela porque el entrenador de futbol vio cierto potencial deportivo y el director sentía una gran compasión.