El diseño se ocupa de cómo funcionan las cosas y en particular de la interacción entre las personas y los objetos. Su objetivo final es asegurar que los productos satisfagan las necesidades humanas y que al mismo tiempo sean comprensibles y utilizables, posiblemente ofreciendo una experiencia de uso agradable. Sin embargo, un buen diseño es mucho más difícil de notar que uno malo, porque los objetos bien diseñados y fáciles de entender encajan tan bien en nuestra vida cotidiana que no atraen la atención. El mal diseño, por otra parte, hace que sus insuficiencias sean muy notorias, causando muchos problemas en nuestra vida cotidiana. A menudo sucede que, no podemos usar objetos aparentemente triviales como una simple puerta de cristal, y nos culpamos pensando que esto solo nos pasa a nosotros. En realidad, es una experiencia común, por eso ha llegado el momento de cambiar el punto de vista y sacarnos de encima la responsabilidad de nuestros "pequeños fracasos diarios": la "culpa", de hecho, no es nuestra sino de los objetos. No es nuestro deber entender los dictados arbitrarios de los objetos y de las tecnologías: son ellos los que - a través de un buen diseño - deberían adaptarse a nosotros, entender a las personas. Sin embargo, la mayoría de los problemas de diseño se deben a una completa falta de comprensión de los principios de proyectación necesarios para una interacción efectiva entre el hombre y la máquina. Esto sucede porque gran parte del diseño es realizado por ingenieros con experiencia en tecnología, pero con una comprensión limitada de las personas. Por el contrario, el diseño implica una fascinante interacción de la tecnología y la psicología, y los diseñadores atentos deben entender ambas. Los objetos, las máquinas y las tecnologías tendrían que ser diseñadas partiendo del supuesto de que las personas cometerán errores: los diseñadores deberían esforzarse para minimizar la posibilidad de acciones erróneas y maximizar la posibilidad de que los errores puedan ser descubiertos y luego corregidos. Es de esperar que cuando las personas interactúan con las máquinas las cosas no siempre saldrán bien: los diseñadores deberían anticipar el error. La solución es el diseño antropocéntrico (Human Centered Design o HCD), un enfoque proyectual que pone en primer lugar las necesidades, las habilidades y el comportamiento humano.