Estamos ya dentro de la economía de la experiencia. Hemos llegado aquí después de un largo proceso evolutivo. Todo tipo de economía siempre se ha basado en el principio de la demanda y la oferta. Sin embargo, si en el pasado, el proceso de demanda/oferta estaba vinculado primero a la producción de bienes duraderos, luego a los productos y, finalmente, a los servicios, hoy en día, estamos ante un nuevo desafío. La oferta ha crecido mucho, es más variada que la demanda y la supera, por eso las empresas tienen que encontrar métodos efectivos para capturar la atención de clientes potenciales.
El concepto clave en la economía de la experiencia es el tiempo. El tiempo es un recurso limitado y la atención de las personas no dura mucho. Si una empresa logra involucrar a los clientes, ellos se mostrarán cada vez más interesados en sus ofertas. Por tanto, el objetivo principal de una compañía es lograr entretener a los clientes potenciales para engancharlos. ¿Cómo? A través de la creación de experiencias específicas que puedan convencerlos de que están empleando bien su tiempo.
LEGO y Disney prometen más que un simple objeto, representan un valor vinculado al hecho de encontrarse en un lugar-mundo.
La mejor manera de entender si una experiencia funciona es ver los beneficios económicos que trae. Es el caso, por ejemplo, de City Walks en Los Ángeles, un lugar que reúne restaurantes, tiendas, teatros y cines. Los clientes pagan el aparcamiento. En Los Ángeles la gente se desplaza exclusivamente en coche, por tanto no le parece raro pagar el aparcamiento para ir de compras, pero sí le resultaría extraño pagar una entrada para pasear. Sin embargo, el dinero gastado por el aparcamiento es reembolsado a los que compran productos en las tiendas y en los restaurantes. Esta es una estrategia sencilla y eficaz. El objetivo es hacer que las personas entren y gasten dinero.
Se pueden crear muchos tipos de experiencias. Todas deben ser atractivas, interesantes e increíbles para formar parte de la economía de la experiencia.