En el estadio Orange Ball de Miami acaba de disputarse el partido entre los Miami Dolphins de Don Shula y los San Francisco 49ers, cuyo entrenador era el autor de este libro, Bill Walsh. El equipo local obtuvo una gran victoria, mientras que algunos de los jugadores de Walsh, que acababan de sufrir otra derrota, regresaron a casa con la cola entre las piernas. Su entrenador era el que más decaído estaba anímicamente. Los 49ers estaban jugando una temporada desastrosa, y el autor sentía que su carrera se había estancado. La situación era tan crítica que en el vuelo de regreso a San Francisco el hombre comenzó a llorar, mientras trataba que sus jugadores no lo vieran. Sentía que lo había perdido todo y que había destruido años de carrera y trabajo duro con sus propias manos. Sin embargo, en esas seis horas de vuelo, Walsh se dio cuenta de que solo enfrentándose a esa decepción podría permitirse seguir luchando por su equipo y creer en él. Después de las lágrimas, el entrenador comprendió que, como líder del grupo, su deber era pensar en el próximo partido contra los New York Giants. Al fin y al cabo, en este deporte los juegos se suceden y no hay tiempo para mortificarse. Siempre hay que reaccionar. De este modo, Walsh finalizó su viaje con una actitud diferente, muy lejana del desánimo de los primeros instantes que siguieron al despegue. Lo que entendió es que el fracaso forma parte del éxito. No se puede pensar en ganar sin haber pasado por la derrota y la decepción. Es un proceso normal (e inevitable) que debemos aceptar. La clave es saber levantarse y tener la fuerza mental y el coraje para seguir adelante. Este concepto es el que Walsh intentó transmitir a su equipo después de la derrota en Miami, y de hecho lo consiguió: el sábado siguiente, sus jugadores gararon 12 a 0 contra los New York Giants.