Tradicionalmente, se considera que la inteligencia es la capacidad de pensar y aprender. Sin embargo, para ser inteligentes en el difícil y turbulento contexto en el que vivimos y trabajamos debemos desarrollar otra habilidad cognitiva: la capacidad de desaprender. Volver a pensar significa abordar los problemas de una manera diferente, y las personas inteligentes son capaces de lidiar con problemas complejos. Pero también es cierto que la capacidad de innovar la propia "inteligencia" mejora la habilidad de encontrar soluciones más funcionales.
Volver a pensar no es fácil porque estamos muy ligados a sesgos cognitivos como el de la “falacia del primer instinto”, que nos lleva a pensar que la primera respuesta es la correcta. Los psicólogos han observado lo que le sucede a un estudiante, que después de finalizar una prueba de opción múltiple, le queda tiempo para volver a leer y posiblemente modificar el trabajo antes de entregarlo. En la mayoría de los casos, los estudiantes no están dispuestos a cambiar las respuestas que ya han marcado por temor a equivocarse, pero el experimento realizado con más de 1500 estudiantes que se sometieron a pruebas en la Universidad de Illinois demostró que solo la cuarta parte de las respuestas cambiadas llevaba a un error, mientras que en 3 de cada 4 veces el cambio condujo a la respuesta correcta.
Por lo tanto, reflexionar y corregir pocas veces conduce a errores. El problema es que a los seres humanos no solo no les gusta cambiar de opinión, sino que tampoco están "programados" para el acto de volver a pensar. Una cosa hecha, hecha está. Es una pereza mental alimentada por la sensación de que el mundo necesita ser estable. Cuando se trata de nuestro conocimiento y opiniones, preferimos el consuelo de la fe a la incomodidad de la duda. Y aunque no nos parece prudente seguir usando Windows 95, todavía mantenemos firmes las creencias que nos formamos en 1995. Hay muchos ámbitos en los que se acepta volver a pensar y cambiar, por ejemplo todo los temas relacionados con la moda, pero en general escuchamos de buena gana aquellas opiniones que nos hacen sentir bien, en lugar de aceptar ideas que nos hacen reflexionar.