Nuestra sociedad está formando jóvenes que, aunque trabajen duro, corren en vano en busca de la perfección inalcanzable, es decir, más "me gusta" en las redes sociales, mejores notas y más aprobación de la sociedad, y esto los está agotando. Los niños, las niñas y los adolescentes son como un rompecabezas al que le faltan piezas. Estos jóvenes del siglo XXI carecen de cualidades mentales y morales como, por ejemplo, la capacidad de gestionar los errores y el estrés, el optimismo, la curiosidad, la empatía o la perseverancia. La principal consecuencia de esta falta de desarrollo del carácter es la incapacidad de pasar de ser individuos que trabajan duro para lograr un objetivo a ser adultos jóvenes exitosos en un mundo en constante cambio.
Este problema se origina en la obsesión de los adultos por desarrollar las capacidades cognitivas de sus hijos, dando por sentado que su éxito en la vida dependerá únicamente de su rendimiento académico. Desde temprana edad, los jóvenes tienen sus días llenos de actividades extraescolares organizadas por sus padres como deportes o clases particulares, que se eligen según lo que los adultos piensan que puede ser más adecuado para la carrera escolar de sus hijos. Hoy en día, casi ningún niño tiene la posibilidad de pasar su tiempo libre simplemente mirando las nubes, construyendo castillos de arena o haciendo volar una cometa.
Esta gestión impuesta y frenética del tiempo, sumada, por ejemplo, a la imposibilidad de aburrirse (y por lo tanto la incapacidad de encontrar algo estimulante para hacer por su cuenta) ha contribuido a crear una generación de niños y niñas que son incapaces de tener esa fuerza interior que les permita superar obstáculos o recuperarse de un fracaso. Los niños y las niñas de hoy no se sienten artífices de su propio destino y no tienen la mentalidad de "puedo lograrlo". Son personas que entran en la edad adulta ya agotados, ansiosos y frágiles.