Nuestros pensamientos cambian la forma del mundo que nos rodea, le dan un sentido claro a nuestra vida y tienen un fuerte impacto en nuestra existencia, por lo que debemos ser conscientes de ello. Nosotros somos los únicos artífices de los acontecimientos que nos suceden, y culpar a las circunstancias externas y a quienes nos rodean es una forma de no responsabilizarnos de nuestros problemas. En efecto, hay personas que viven así, señalando con el dedo a los demás y evitando cuestionarse a sí mismos para resolver su situación. Si actuamos de esta manera, terminaremos librando una lucha interminable y agotadora que no nos conducirá a ninguna parte. Por el contrario, si cambiamos de actitud y vemos nuestro interior en lugar de ver a los demás, las cosas cambiarán de forma extraordinaria. Si examinamos de cerca nuestro carácter y nuestra experiencia, notaremos que, en realidad, tenemos un margen de acción mucho más amplio. Podemos intervenir activamente en nuestra vida y mejorar nuestra situación.
Por ejemplo, mirándonos a nosotros mismos veremos que la mayor parte del tiempo seguimos patrones de comportamiento específicos. Cuando somos niños, aprendemos ciertos comportamientos de nuestros padres, de quienes heredamos formas de pensar, de reaccionar, y actitudes ante la vida. Si un individuo que ahora es adulto pasó su infancia rodeado de personas tristes, infelices, ansiosas y llenas de resentimiento, sentirá todo el peso de estos sentimientos negativos. Habrán dejado huella en su vida, lo cual influirá en su comportamiento de diferentes formas, según el contexto.
Todas las experiencias que cada uno de nosotros vive son el resultado de pensamientos que se formaron en el pasado. Lo que debemos hacer para cambiar de rumbo es sintonizarnos con el presente y entrenarnos para crear nuevos pensamientos que influyan más positivamente en nuestra forma de actuar y de estar en el mundo.