Un vínculo de apego, tal y como lo define Rudolph Schaffer, es una relación duradera y emocionalmente significativa con una persona específica. Por esta razón, hasta ahora la investigación y los estudios sobre el apego solo se han aplicado a la monogamia. Sin embargo, hoy en día hay un grupo considerable de personas no monógamas que tienen relaciones seguras, amorosas y saludables con múltiples parejas, y los conocimientos que las investigaciones pueden aportar sobre la conexión humana y los lazos creados por las personas no monógamas son importantes.
El vínculo de apego, como ya hemos dicho, es una relación larga y emocionalmente importante que nos conecta con una persona específica. Según el psicólogo británico John Bowlby, padre de la llamada "teoría del apego", el niño nace con una predisposición biológica real para desarrollar un apego por quienes lo cuidan: el apego tiene la función biológica de proteger al niño y la función psicológica de proporcionar seguridad (John Bowlby, 1983). Numerosas investigaciones subrayan el fuerte impacto que la calidad de este vínculo tiene en el futuro desarrollo del niño, en sus capacidades cognitivas, el desarrollo cerebral, su salud mental y también la correcta formación de futuras relaciones sociales.
Además, el apego influye en la elección de pareja y la capacidad de organizar la propia vida afectiva: desde la infancia se aprenden modelos de representación de uno mismo y del otro, que luego tendemos a aplicar a lo largo de nuestra existencia.
Como niños, debemos saber que los adultos nos proporcionarán un refugio seguro al que acudir cuando lo necesitemos, una creencia que nos brinda una base segura desde la cual podemos explorar nuestro entorno. John Bowlby llama a este concepto el "sistema de comportamiento exploratorio". Lo que hay que destacar es que cuando se satisfacen nuestras necesidades de apego, este sistema nos permite sentirnos cómodos y libres para explorarnos a nosotros mismos, a los demás y al mundo que nos rodea. La investigación realizada por John Bowlby y Mary Ainsworth muestra que los niños desarrollan estilos de apego más o menos sólidos dependiendo de qué tan bien sus padres puedan ser un refugio seguro, conectado y reactivo.
En otras palabras, si nuestras "figuras de apego" estaban ausentes o eran cambiantes cuando éramos niños, nuestra capacidad para explorar y aprender libremente sobre el mundo y sobre nosotros mismos estaba impedida o al menos limitada. Cuando esto sucede, llegamos a la edad adulta desarrollando estrategias alternativas para interactuar con los demás. Esta es la razón por la que hay adultos con un comportamiento extremadamente controlador o incluso ansioso, o, peor aún, personas "evitativas" y desconsideradas.