David Attenborough tenía 94 años cuando decidió escribir este libro y lo hizo porque se dio cuenta de que el mundo a su alrededor había cambiado tangiblemente en pocas décadas, es decir a lo largo de su propia vida. En concreto, Attenborough notó una drástica disminución de la riqueza más valiosa que los seres humanos tienen a disposición: la biodiversidad, una palabra utilizada para resumir la variedad de formas de vida presentes en la Tierra, ya sea en términos de individuos como de sus características peculiares. Cuanto mayor es la biodiversidad, mayor es también la capacidad de la biosfera para reaccionar al cambio, mantener un equilibrio y sostener la vida. También la existencia de los seres humanos depende directamente de la abundancia de la biodiversidad en la Tierra, pero a pesar de ello nuestro estilo de vida ha empobrecido el mundo progresivamente, reduciéndola al mínimo.
Pripyat es una ciudad en Ucrania construida en los años setenta como una utopía futurista de la Unión Soviética. Tendría que haber sido el hogar de casi 50.000 personas entre jóvenes ingenieros y científicos del Bloque Oriental junto con sus familias. Hoy en día Pripyat es una ciudad fantasma. Allí no vive nadie desde el 26 de abril de 1986 cuando explotó el reactor número 4 de la cercana central nuclear de Chernobyl. Las causas de la explosión fueron varias: defectos de construcción, errores de evaluación, una mala planificación y, en general, demasiada superficialidad en la gestión. Todas ellas características puramente humanas que continúan creando catástrofes ambientales más o menos previsibles o evitables. Pripyat también es el ejemplo de cómo la naturaleza es capaz de retomar su espacio, con o sin los seres humanos. En estas décadas la ciudad se ha visto conquistada por el bosque, cientos de especies vegetales viven allí sin problemas y además se ha convertido en un espacio en donde se encuentran especies que en otros lugares son poco comunes. Entre ellas, por ejemplo, osos, zorros, lobos y ejemplares de caballos Przewalski, una especie que actualmente se considera casi extinguida.
Los habitantes de Pripyat eran conscientes del peligro de vivir tan cerca de una central nuclear, pero precisamente era esa central la que les había proporcionado una vida cómoda y el hecho de apagar sus reactores habría significado renunciar a esta comodidad. Fue así que decidieron ignorar los peligros hasta que ya no fue posible volver atrás. Igual que los habitantes de Pripyat, también nosotros vemos cada día desde nuestras ventanas todo aquello que nos conducirá al final de nuestra existencia, no obstante, preferimos ignorarlo en nombre de la comodidad en la que vivimos. Sin embargo, contrariamente a los ciudadanos de Pripyat, nosotros aún tenemos tiempo para apagar el reactor e impedir el final de la vida tal y como la concebimos actualmente.