Entre tratados de autoayuda y manuales de pensamiento positivo, el mundo de hoy pone mucho peso en las responsabilidades individuales, las cuales tienen un impacto en la creación de una vida exitosa. En la práctica, el pensamiento común es que cada uno tiene las mismas oportunidades en la carrera por obtener una vida satisfactoria, y si algo sale mal, la culpa es del individuo, que no supo aprovechar al máximo el tiempo y los recursos. Esto se ve mucho en Estados Unidos, donde la obsesión por el Sueño Americano hace énfasis en este punto.
Sin embargo, según la autora, este pensamiento es limitado y también profundamente erróneo. Así lo demuestra una investigación que se llevó a cabo con un grupo de 12 niños, en un periodo de casi 10 años, provenientes de familias de diferentes sectores sociales, en particular de clase media y de las clases trabajadoras más pobres. El grupo fue seleccionado de una muestra más grande de 88 niños de dos escuelas estadounidenses, la Swan (predominantemente de clase media) y la Lower Richmond (clase menos pudiente). Se estudió al grupo en su vida diaria. Los investigadores pidieron permiso para presenciar las jornadas de los niños y de las familias sin interferir. Durante el proceso, tomaban nota de los eventos, el comportamiento y las conversaciones, tanto dentro del seno familiar como con las instituciones o individuos externos. Al estudiar los datos que fueron recopilados, se demostró que, efectivamente, hay un trasfondo de comportamientos, emociones y momentos comunes a todas las familias, independientemente de la clase de procedencia. Sin embargo, también se destaca que hay algunas diferencias sustanciales a nivel educativo que afectan el futuro del niño. Las más importantes son: el comportamiento de los padres hacia sus hijos, las instituciones y el dinero. Todo ello deja una marca imborrable en la educación que reciben, la cual hará que el niño se sienta más o menos seguro en el trabajo cuando llegue a la adultez, y también ante las figuras de autoridad y las instituciones en general.
Tras estudiar los resultados, la autora advierte que hay una clara separación entre dos métodos educativos. Las familias de clase media siguen lo que se conoce como concerted cultivation (literalmente cultivación concertada). En este estilo educativo los padres se ponen en primera fila para ayudar el proceso de desarrollo del niño organizándole una gran cantidad de actividades extraescolares, interviniendo personalmente en su educación y en las relaciones con la escuela, y también facilitando las relaciones con profesionales y adultos con cargos de autoridad y experiencia. Por el contrario, las familias de clase baja tienden a perseguir el crecimiento natural, por lo que dejan libres a los niños para que estos crezcan disponiendo de su propio tiempo y organizándolo a voluntad. Preocupándose más por la familia y dejando que la escuela se ocupe de la educación, sin interferir.
Precisamente esta desigualdad entre los dos métodos es lo que genera las diferencias entre los niños de las distintas familias. En el último siglo, los educadores han comenzado a considerar que es incorrecto el método del crecimiento natural y a valorar el de la cultivación concertada como el único método positivo. Por esta razón, la escuela y las instituciones se basan en este último, y las que pagan las consecuencias son las familias de las clases bajas, a las que se las califica como poco interesadas en el bienestar y el éxito de los niños, los cuales, a su vez, terminan teniendo menos oportunidades que los provenientes de las familias de clase media y alta.
La clase social y los dos estilos educativos impactan sobre todo en tres elementos de la vida de los niños: la organización de la vida cotidiana, el uso del lenguaje y la relación con las figuras institucionales, como maestros o médicos.