La mayor parte de la historia humana ha sido dura, pero las cosas empezaron a mejorar hace relativamente poco tiempo gracias a los avances científicos y tecnológicos. En los dos últimos siglos ha habido un crecimiento explosivo tanto de la población como de la prosperidad en todo el mundo. Hoy vivimos en lo que en la Edad Media se habría considerado como la tierra de la abundancia. Según los historiadores, en el año 1300 un italiano promedio ganaba el equivalente a unos 1.600 dólares al año. Seis siglos después ganaba más o menos lo mismo, a pesar de que hubo muchos inventos y descubrimientos científicos importantes.
Luego, desde la revolución industrial ha habido una explosión en la riqueza mundial, y hoy en día un italiano es 15 veces más rico en promedio que en 1880. Las cosas están cambiando tan rápidamente que el precio de la energía solar ha disminuido en un 99 % desde 1980. Durante los últimos cien años, millones de personas han alcanzado un nivel de estabilidad y comodidad que a nuestros antepasados les hubiera parecido imposible. Después de años de hambrunas, ahora es más probable que las personas sean obesas y no que pasen hambre. También hay más seguridad.
En Europa occidental, por ejemplo, la tasa de homicidios es menor que hace algunos siglos, y puesto que cada vez menos personas mueren por enfermedades, la esperanza de vida aumenta. Si una persona de la Edad Media viajara hasta nuestros días se sorprendería por los avances tecnológicos que hemos logrado, como por ejemplo las prótesis robóticas para parapléjicos o la operación para que un miope recupere la vista. La mayoría de nosotros vive en un mundo en el que tenemos acceso a muchas cosas que la gente no tenía hace tan solo unas décadas. En la Tierra de la abundancia, casi todo el mundo es rico, sano, y está a salvo. Lo único que falta es una razón para levantarnos por la mañana, porque nada puede ser mejorado si ya estamos en el paraíso. Sin embargo, aunque tengamos más recursos y riqueza que antes, también trabajamos más duro que antes. Al mismo tiempo, millones de personas siguen viviendo en la pobreza a pesar de que hay suficiente dinero para resolver este problema. Podemos permitirnos el lujo de hacer lo que queramos, pero muchas personas siguen siendo infelices, tal vez porque se han olvidado de cómo soñar en grande. Son adictas a las comodidades y ya no tienen metas. Es hora de volver a pensar en qué es el progreso y cómo podemos mejorar nuestra vida, más allá de gastar dinero en los bienes materiales.
El capitalismo ha abierto las puertas de la Tierra de la abundancia, pero no puede sostenerla por sí solo. El progreso es sinónimo de prosperidad económica, pero el siglo XXI nos desafía a encontrar otras formas de mejorar nuestra calidad de vida. Debemos imaginar una nueva utopía en la que cambiamos la sociedad y la economía para que la vida de todos sea mejor. La palabra utopía significa “un buen lugar", pero también "ningún lugar". Necesitamos horizontes alternativos que activen la imaginación. Decimos "horizontes" en plural porque las utopías opuestas son el alma de la democracia. Existe la creencia común de que los cambios significativos son lentos, pero esto no es del todo cierto. No todos los cambios deben ser graduales. De hecho, históricamente, el cambio ideológico se produce muy rápido.
Este cambio es tarea de la verdadera Política, no la que tiene que ver con las reglas, sino con la revolución, con el arte de hacer inevitable lo imposible. El fin de la esclavitud, la emancipación de la mujer, el surgimiento del estado de bienestar eran ideas progresistas que parecían irracionales, pero que luego fueron aceptadas y se convirtieron en una serie de principios básicos.