La cultura empresarial se centra ante todo en la forma en que una empresa se percibe a sí misma y los valores que quiere poner en primer plano. Podemos definirla como el conjunto de todos los comportamientos de los empleados cuando nadie los está observando. Cuando nadie los ve, sin jefes o dirigentes alrededor, ¿qué hacen nuestros colaboradores? Esas acciones, esas decisiones, la forma de resolver los problemas, de aceptar las críticas, de plantear dudas: todo esto es la cultura de una empresa; una serie de supuestos a partir de los cuales tus empleados empiezan a resolver los problemas a los que se enfrentan cada día.
No es fácil identificar la cultura: no solo tenemos que saber a dónde queremos llegar con nuestro negocio, sino que tenemos que estar discretamente lúcidos para ver el camino a seguir. La cultura no es una serie de leyes y reglas fijas e inmutables; siempre debemos vigilar, ajustar, renovar nuestro código cultural y adaptarlo a los continuos cambios que la vida misma nos impone.
No existe una cultura perfecta, ni ideal, existe una cultura útil y funcional a cada circunstancia, hecha a la medida de nosotros, teniendo en cuenta la personalidad del empresario y los valores que la empresa quiere vivir y comunicar al mundo exterior.
La cultura de Apple nunca podría funcionar para Amazon, y viceversa. Si bien para la primera la estética de los productos es fundamental, para la segunda es de suma importancia ofrecer productos al menor costo posible. Como resultado, Apple invierte miles de millones en lugares de trabajo que irradian belleza y creatividad, mientras que Amazon ahorra en los escritorios de sus empleados. No hay una cultura justa y una incorrecta; ambas son funcionales y consistentes con los valores de la empresa.