El principal objetivo de nuestro cerebro es ayudarnos a sobrevivir. Siempre está buscando estímulos externos para entender si estamos a salvo o no y decodifica esta información para distinguir lo que es relevante de lo que no lo es.
Las historias son el lenguaje de la experiencia y por eso son importantes. Independientemente de si las vivimos en persona o no, nos dan pistas sobre cómo sobrevivir y prosperar.
Con la ayuda de la neurociencia, escritoras y escritores pueden comprender mejor las expectativas de las personas sobre las historias, y así pueden asegurarse de que sus libros sean elegidos entre todos los que llenan los estantes de las bibliotecas, pero también de que sean leídos y apreciados hasta la última página.
Pero, con todas las obligaciones que tenemos, ¿por qué deberíamos preocuparnos por las historias de otras personas? ¿Por qué nuestro cerebro pierde tiempo detrás de las narrativas?
Es muy simple: sin historias estaríamos acabados. Las historias nos hacen evolucionar, tener experiencias indirectas y adquirir conocimientos como si las hubiéramos vivido en primera persona.
Las historias nos ayudan a vivir en el mundo físico y también en sociedad, es decir, en la vida comunitaria, porque nos ofrecen perspectivas y conocimientos sobre las consecuencias de nuestros comportamientos. Nos encantan porque nos dan información sobre cómo sobrevivir en esta aventura que llamamos vida y nos brindan pistas para manejarnos mejor.
Pero, ¿qué es exactamente una historia?
Una historia es el relato de cómo una persona (el protagonista) cambia cuando se enfrenta a situaciones difíciles que le impiden conseguir lo que quiere. Toda historia habla de un cambio, un viaje interior que los lectores pueden emprender junto con el protagonista.