Comunicar significa relacionarse con los demás y no es posible hacerlo usando únicamente las palabras. Se trata de un concepto basado en muchos hechos: está demostrado, por ejemplo, que una cantidad de tiempo excesiva delante de los monitores tiene un impacto negativo sobre las capacidades de comunicación. Este problema no solo afecta a quienes utilizan la tecnología para trabajar a distancia: el efecto negativo también aflige a los niños, que no pueden aprender a expresarse correctamente si miran demasiado la televisión o no pasan suficiente tiempo hablando con adultos y coetáneos.
Nuestros antepasados se vieron forzados a comunicarse entre ellos de manera eficaz debido a la lucha por la supervivencia. La tribu reunida alrededor del fuego tenía que recibir de manera clara y convincente la explicación del enfrentamiento con un tigre de dientes afilados: de esta manera la experiencia se convertía en enseñanza y táctica para salvar al sucesivo grupo de cazadores, y —por ende— a la especie humana.
Yuval Noah Harari, en su libro Sapiens. De animales a dioses: Breve historia de la humanidad, explica que un chimpancé solitario tiene más posibilidades de sobrevivir en una isla desierta que un humano, mientras que un grupo de seres humanos puede prosperar y crecer en donde una familia de monos moriría. De hecho, los seres humanos tienen la peculiaridad de saber colaborar cuando son un grupo numeroso comunicándose de manera eficaz. Los chimpancés pueden trabajar juntos, pero solo en grupos de veinte individuos como máximo, y solo si se “conocen”. Las abejas pueden trabajar juntas en grupos numerosos, pero sus técnicas de comunicación no son adaptables y por lo tanto no pueden reaccionar efectivamente a los cambios de esquema. El ser humano es instintivamente flexible y gracias a esto supera los problemas de comunicación que podrían frenar la colaboración colectiva.